Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 18 de septiembre de 2020

Niveles de miedos

Repasando mis notas me detengo en una donde analizo hechos que pusieron en peligro mi vida y en los que el miedo era lógico que surgiera. El pavor causado por tales acciones está calificado del uno al tres. Por ejemplo, accidente de moto que me dejó a escasos centímetros de un camión que frenó a tiempo y del cual salí como un eccehomo. El nivel que le concedí a mi miedo fue de dos. Pues entendí que me había salvado por los pelos.

Viaje con la Agrupación Deportiva Ceuta. El autobús derrapó al tomar una curva y se fue derecho hacia un precipicio. Gracias a las ruedas traseras, frenadas por tierra, piedras y maleza, el vehículo se quedó con los neumáticos delanteros ocupando un espacio en el vacío. Lo conveniente era que los futbolistas fueran bajando de uno en uno y con las precauciones lógicas para que no se produjera la tragedia. Hicieron lo contrario. Ante la estupefacción del delegado y de quien escribe, que decidimos quedarnos para socorrer al conductor que había sufrido una lipotimia. Mi miedo no pasó del nivel uno. 

Día 24 de diciembre de 1995. Tres individuos me esperaron a la salida de mi trabajo para ajustarme las cuentas. Supe en seguida que me iban a poner como un pulpo. Lo lógico hubiera sido salir corriendo. Pero decidí afrontar la terrible situación. No consiguieron amilanarme. De haberme acoquinado, entonces, sigo pensando que habría sido un impedido toda mi vida. Mi jindama fue leve.

Hace dos años y medio, más o menos, tuve un problema cardiaco y le vi la cara a la muerte. Yacía en el suelo convencido de que me quedaban segundos de vida. Tiempo suficiente para pensar lo que dice el poeta: que la muerte es el final de una aventura. Aunque yo no creo que sea el comienzo de otra: no lo sé... Gloria, mi mujer, me salvó la vida con su rapidez de reflejos. En esta ocasión, ni tiempo me dio a calibrar mi miedo.    

Miedo de verdad, el más grande que recuerdo, lo pasé en 1961. Andaba yo haciendo el servicio militar en el Ministerio de Marina. Y todos los fines de semana me daban franco de ría. Permiso de fin de semana que me permitía jugar al fútbol como profesional. Así que dormía en pensiones madrileñas. Todas de olor de cocido y de paso fugaz de los viajantes de comercio. Había pensiones de todo tipo y condición. Estaban las burguesas de la calle de Ayala, y también las pensiones de estudiantes de Argüelles. Y la de la calle de la Cruz, Princesa y plaza de Santa Ana, mezcladas con la prostitución. 

Un sábado me alojé en una pensión de la calle de la Cruz. La habitación tenía una puerta con cristales azogados y se cerraba con un pestillo. Aquella noche sabatina, cuando ya estaba a punto de conciliar el sueño, la patrona golpeó la puerta para que le cediera el paso. La acompañaba un tipo corpulento que iba revisando las habitaciones convencido de que en una de ellas estaba su mujer con el amante. En la mano derecha llevaba una navaja descomunal. Gritaba como un poseso y amenazaba con matar... Miró debajo de la cama. Y me preguntó si yo sabía algo del asunto... Le dije que no entre balbuceos atiborrados de canguelo.

Este suceso, en el Madrid de los 'felices sesenta', sí me causó miedo de verdad. Hasta el punto de que reza en mis notas con un tres de nivel. Ahora bien, esquivarlo o protegerse del miedo es una finalidad que todos tenemos. Y sobre todo si se trata de algo desconocido. Verbigracia: el coronavirus me tiene muy preocupado, desconcertado y el nivel de mis temores ha alcanzado ya cifras mareantes. No conviene, bajo ningún concepto, perderle el respeto al 'bicho'.    


 



 


 

 

 


  

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.