Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Un hombre cabal

Un hombre cabal es el título de un libro que trata de la azarosa vida de Fructuoso Miaja. Quien, con la llegada de la democracia, fue concejal, senador y alcalde de Ceuta. El libro consta de 100 páginas y está ilustrado con fotografías de una época marcada por el sufrimiento de una guerra y por el castigo que le impusieron los vencedores al personaje: años de cárcel y la eterna duda: ¿Seré fusilado mañana? 
 
Las memorias de Fructuoso Miaja, escritas por servidor en el año 2003, fueron arrinconadas por quien decidió editarlas. Ayer, haciendo limpieza de cajones, hallé el único libro que obra en mi poder. Y, tras hojearlo, creo que merece la pena publicar en este blog cuanto me dijo. Aunque sea cada equis días. Mantuve muchas horas de charla con Fructuoso Miaja para conocer de primera mano los motivos que tuvo para jugarse la vida en aquellos tiempos.

Cuando en el verano de 2002, sentados ambos en terraza céntrica, empezamos a darle un repaso a su vida, mi entrevistado, a pesar de los años transcurridos, seguía siendo tan cabal como siempre. Aunque dueño de sus silencios y si me apuran hasta más pudoroso que veintitantos años atrás. De ahí que lo contado siga teniendo solamente el valor de dejar constancia impresa de una vida larga, arriesgada y fascinante. Que no es poco. Aunque de una levedad ocasionada por el deseo de quien se mostraba reacio a exponer en la plaza pública, pensamientos o hechos íntimos.

Mientras que FM le hablaba a la grabadora, yo lo veía conducido por la pareja de la Guardia Civil, viajando en tren carreta, camino del penal de El Puerto de Santa María. Está allí, sentado en medio de los guardias, sintiendo las miradas de los viajeros posadas de reojo sobre él. Miradas de compasión, en algunos casos, y de inquina en otros. Apenas si osa levantar los ojos del suelo del vagón, mientras un señor muy gordo, con cara bondadosa, les ofrece un pedazo de tortilla y un trago de vino que los guardias rechazan con agradecimiento.

Pasan los días en el penal y desde su celda, cuyo ventanuco con barrotes da a la estación de ferrocarril, observa la llegada y salida de trenes. Piensa que, según van sucediendo los acontecimientos de la posguerra, puede que haya salvado la vida, pero se ha hecho a la idea de que nunca saldrá de aquel enorme caserón. Y hasta se ha acostumbrado a los alertas de los soldados de reemplazo, quienes, desde las diferentes garitas, gritan medrosamente las consignas en noches de lobos. 

Llega la libertad, conseguida por la insistencia de una madre dispuesta a que su hijo rehaga su vida, y lo percibo con sus dudas temerosas ante la vuelta a un modo de vivir que no es el que él había dejado. Sentado en un banco del Parque Calderón, de la ciudad donde ha estado preso durante mucho tiempo, se deja azotar por un viento fuerte de Levante, y acaba tomando la mejor decisión de su vida: la de sobrevivir a todo trance. 

Merece la pena, según mi parecer, contar poco a poco lo que me dijo Fructuoso Miaja en 2003 acerca de sus ideas políticas y de cómo salvó la vida. Todo ello reseñado en un libro que fue secuestrado sin que yo supiera la causa. Menos mal que tuve la suerte de hacerme entonces con un  ejemplar.


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