Fructuoso Miaja -concejal, senador y alcalde- habla en sus memorias de la baraca de Franco
Mentiría si dijera que en la cárcel estábamos huérfanos de noticias. Teníamos posibilidades de saber cosas de afuera. Y, quienes habíamos participado en la política activa, hacíamos todo lo posible por conocer que estaba ocurriendo contra el régimen franquista. En 1945, pocos meses después de ingresar yo en el penal de El Puerto de Santa María, España pasaba por uno de los trances más difíciles de la postguerra. Fue un año terrible en todos los sentidos.
Hubo una sequía que puso al país al borde del colapso. Se perdieron las cosechas y el racionamiento, que de por sí era poco y malo, se convitrtió en una escasez que mataba a la gente de hambre. En cambio, como injusta contradicción, se producían enriquecimientos ilícitos, corrupciones de todo tipo y tratamiento a favor del cupo que se daba a las autoridades y a las fuerzas de orden público. Tales circunstancias, desastrosas para quienes vivían de tan mala manera en España, alentaban las esperanzas de cuantos confiaban en la inminente caída de la dictadura.
España fue excluida de la ONU y se pronunciaron solemnes condenas contra ella. Lo cual hizo que se impacientaran los republicanos que había en Francia. Quienes creían que la suerte de Franco estaba echada. De ahí que los exiliados pensaban que en cuanto atravesaran la frontera -de hecho, Francia permitió el paso a muchos antifranquistas- se les uniría la gente en contra del regímen establecido. Pero la reacción de la población anduvo entre el rechazo y la indiferencia. Lo uníco que aumentó fue el número de guerrilleros.
También es cierto que Franco era un hombre de mucha suerte. Fuera chance o baraca, la verdad es que el tío estaba protegido por los dioses. Así que cuando todo hacía presagiar que su derrumbe era inminente, vamos un trámite cercano, la guerra tomó un giro inesperado y él, aunque estaba volcado con la causa alemana, pudo ir dándole la espalda a favor de los intereses aliados. Incluso le vino bien el bloqueo padecido por España para demostrar que era capaz de aguantar lo inaguantable.
Mientras, a medida que los americanos veían que con Franco se podía contar para combatir el comunismo, España seguía siendo un estado policial con las comisarías llenas de fichas y las cárceles atestadas de presos. En cuanto empezó la guerra fría, Franco se benefició otra vez de su buena estrella.
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