Cuando murió Oasis -nombre de un perro labrador que nos había cautivado a toda la familia- el dolor por su pérdida fue motivo para exclamar que jamás habría otro animal en nuestra casa. Por más que en tales casos, según dicen, no hay mejor terapia que la adopción de otra mascota cuanto antes. Desde entonces, raro es el día en el cual no sale a relucir su nombre para festejar la compañía que nos proporcionó durante varios años.
Recién comenzado 2021, mi cuñado Alfonso adoptó una gata y, de vez en cuando, nos la dejaba a Gloria y a mí para que no se quedara sola en su piso. Semejante proceder ha durado lo que tenía que durar; es decir, nada y menos: porque ya es inquilina de derecho en el nuestro. Así que ahora Abigaíl, que es el nombre bíblico con el cual su propietario la había registrado, atiende a la llamada de Gilda y de Blanquita. Que es el nombre perfecto por vestir de blanco. Lo de Gilda es porque se contonea al andar como si fuera la número uno de las pasarelas transitadas por gatas.
Los maullidos de Abigaíl nos confunden. Yo soy el encargado de descifrarlos para saber lo que nos está diciendo en cada momento. También es mi tarea estudiar su lenguaje corporal. Lo cual no es fácil. Pero poco a poco voy acertando para bien de ella y regocijo de todos. Blanquita maúlla a las seis de la tarde. Por ser su hora preferida para jugar conmigo. Lo hacemos durante diez o quince minutos. Asimismo maula para decirme que encienda el televisor y me siente en un sillón de la sala de estar. A fin de dormir encima de mis piernas. A las diez mía para pasar a las de Gloria.
Lo más complicado para mí es traducir el lenguaje de la cola de Gilda. Pues son tantos sus movimientos y algunos tan similares que los confundo. Pero todo se andará... Es cuestión de paciencia dedicada a una gata que tiene tres nombres, reside en dos casas y está mimada porque también maúlla cuando el Madrid marca un gol. Lo cual significa que está contenta.
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