Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 2 de abril de 2021

La faz de España y Vivir el placer

La Faz de España, escrito por Gerald Brenan, es un libro que siempre lo tengo a mano. Hoy, por ser Viernes Santo, lo abro por la página 149 para leer, una vez más, lo que cuenta el escritor británico de una escena vivida en un pueblo de La Mancha. Al salir de una iglesia veo un "paso" particularmente grande, apoyado sobre unas ruedas de carro, mostraba la escena de Cristo siendo azotado por los soldados romanos: la sangre corría a chorros por su espalda, y sus hombros estaban agónicamente crispados". 

Otro "paso" contenía un ataúd de paredes de cristal, dentro del cual podía verse su lacerado cuerpo pálido y extenuado rostro, helado por la muerte. Las imágenes estaban fuera de la iglesia en preparación de las procesiones de Semana Santa. ¡Qué extraño que esa minuciosa predilección hacia los detalles físicos de la Pasión deba tener lugar en un país donde los golpes a los prisioneros y los asesinatos judiciales se han sucedido y siguen sucediéndose regularmente, a una escala que no tiene parangón en ningún otro lugar de Occidente! ¿Acaso los españoles no ven la conexión?.

La faz de España es aparentemente un libro de viaje. En el cual el escritor hispanista narra lo que vio durante su viaje por el sur de España en 1949.

De la Faz de España paso a Vivir el placer, cuyo autor es Giacomo Dacquino. Y voy derecho al capítulo II y me detengo en la página 47. "Está claro que Jesús no predicó ni el masoquismo ni la resignación, sino la "conversión"; es decir, el cambio de todo aquello que dentro o fuera de nosotros es egoísta, hipócrita e injusto. Él no ha temido mostrar sus limitaciones humanas al aceptar el miedo a la soledad y al dolor". 

Cuando en la cruz ha pronunciado las dramáticas palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt. 27, 46), ha dado una lección de humanidad en el sentido de que el hombre no tiene que avergonzarse de temer y sufrir la soledad cuando se siente trágicamente víctima de un abandono absoluto por parte de los hombres y por parte de Dios. Tampoco Jesucristo se avergonzó del pedir al padre que le apartara el sufrimiento. "Aparta de mí este caliz..." (Mt.26, 42), enseñando de este modo que el dolor no es connatural, sino extraño al hombre. 

El comportamiento de Jesús, que, aunque reacio, ha aceptado el propio destino de su sufrimiento, es de gran ayuda para el creyente que lo siente a su lado y solidario en su dolor y hasta en su muerte. En este sentido, los que profesan fe son unos privilegiados al saber dar una razón a su sufrimiento, aceptándolo así mejor...



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