Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 8 de junio de 2021

El carácter de Pablo Laso

A mí me gusta el baloncesto. Miento: confieso que yo jamás he madrugado para ver partidos de la NBA. Lo que a mí me ha gustado siempre es ver jugar al Madrid. Cierto es que eso data de los años sesenta, cuando yo residía en la capital de España. Vivo con entusiasmo los triunfos del equipo dirigido por Pablo Laso desde hace la tira de tiempo. Quien sigue dando muestras palpables de que su forma de ser en el banquillo es primordial para que los jugadores sepan que están en un equipo donde ganar, ganar y ganar es imprescindible.  

Ser entrenador, en cualquier deporte, es muy difícil. Axioma. Tan complicada es la tarea del técnico como para que no pueda relajarse lo más mínimo. Ni siquiera cuando la superioridad de su equipo es manifiesta. Pues bien sabe él que los errores no cortados a tiempo se hacen crónicos. El entrenador del Madrid no perdona ni la indolencia ni que sus jugadores hagan la guerra por su cuenta. Jamás se toma un respiro. Vive intensamente el juego y expresa sus enfados gesticulando mientras pasea por su zona. Es apasionado y colérico en ocasiones. 

Duro de carácter -cuando el desorden prima en su equipo- le importa un bledo y parte del otro que en el tiempo muerto se oiga su reprimenda particular o generalizada. Sus jugadores conllevan muy bien ese estallido de cólera que se apodera del hombre nacido en Vitoria Gasteiz porque saben de sus conocimientos y de que no se casa con nadie. Su irascibilidad en las exposiciones a sus jugadores, tras unos minutos de fallos en cadena, es habitual. Y además surte el efecto deseado. 

A mí me gustaría preguntarle a Vicente del Bosque si el fuerte carácter de Pablo Laso sería mal visto si fuera entrenador de fútbol. Lo digo porque el tan laureado técnico cada vez que abre la boca es para decirnos que los entrenadores han de ser un dechado de perfección. Unos señores que no levanten la voz. Y a ser posible que midan las palabras. Es decir, unos santos varones con habilidad suficiente para matarlas callando. O sea. 





 


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