No, mamá, con estas galletas tengo más que suficientes. No ves que estoy inflada.
Qué exagerada eres, hija mía, teniendo como tienes un culo precioso.
Sí, por eso sigo soltera.
No, cariño, sigues soltera porque tienes muy mal carácter. Eres guapa, te cuidas, vas al gimnasio...
Es cuestión de tiempo que encuentres a un hombre que no se amilane de tus gritos y tus malos gestos.
No creo que ocurra nunca, mamá.
¿Y por qué no? ¿Qué dices de tu jefe, ese hombre encantador?
Está casado mamá. Y podría ser mi padre.
Insisto: eres muy exagerada. Así que me lo traes a mí, verás como no le hago ascos. Además, en el mundo de hoy lo de estar casado carece de importancia. Con ese bailaba yo la danza del jergón... Verás, hija, desde que tu padre nos dejó, hace diez años, no ha pasado un solo día sin acordarme de él. Pero no pienso ser como esas viudas sicilianas vestidas de negro que echan raíces junto a la lápida de sus maridos.
La hija moja otra galleta en la leche, calculando mentalmente las calorías y sintiéndose muy culpable consigo misma. Por suerte le duró muy poco.
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