Ha irrumpido en el mundo del tenis con éxito indiscutible. Ha logrado victorias sonadas frente a Nadal y Djokovic. Dos estrellas de la raqueta que infunden todavía un respeto que atenaza a sus rivales. Y lo ha hecho jugando con esa naturalidad que emana de los jóvenes prodigiosos. Aderezada con una sonrisa permanente. La cual evidencia una gran confianza en sus posibilidades para batir a dos incomparables jugadores. Carlos Alcaraz ha copado las portadas de todos los periódicos habidos y por haber. Y su gesta ha sido aireada, con insistencia, por los medios hablados y audiovisuales, al vencer con rotundidad en la finaldel Mutua Madrid Open a Zverev (número 3)
Desde entonces, es decir, tras ganar su cuarto título en siete torneos, al jugador murciano le llueven los ditirambos por doquier. Su logro ha conseguido que la gente hable de tenis como si fueran aficionados de toda la vida. Los elogios no cesan acerca de la valía demostrada por un chaval que hace nada era un adolescente empeñado en ser un tenista de altos vuelos. Y a fe que ha tardado nada y menos en situarse en la cresta de la ola. En la que hay soledad y vértigo. Algo que no deben olvidar quienes lo asesoran.
Siempre resulta agradable escuchar que uno vale un potosí. Aunque sea mentira. Porque la vanidad es condición propia del ser humano, pese que a veces se esconda bajo una falsa modestia. Así que es conveniente no perder el oremus, cosa que -por lo que hemos visto tantas veces- resulta relativamente fácil cuando se vive rodeado de aduladores. Por consiguiente, me imagino que, amén de lo encargados de mejorar los puntos débiles del tenista, habrá también alguien que le advierta acerca del peligro que anida en los 'cantos de sirena'.
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