A las cinco de la tarde no suelo yo sentarme ante el televisor para ver un partido de fútbol, salvo que sea el Madrid uno de los contendientes. Y aun así, mentiría si no dijera que son muchas las cabezadas que doy. Pero ayer me propuse ser espectador del Manchester United-Arsenal. Debido a mi deseo de apreciar el rendimiento de Casemiro jugando con los Red Devils. Pero mi gozo en un pozo. Puesto que Erik Ten Hag, su entrenador, volvió a prescindir del brasileño. Y lo que es peor: lo introdujo en el césped cuando el árbitro había ya mirado su reloj en dos ocasiones para dar por acabado el encuentro. Hecho improcedente cuando se trata de un futbolista cuyo traspaso le ha costado una pasta gansa al club.
El Manchester United, según mi parecer, no necesitaba a Casemiro. Puesto que en su plantilla tiene a McTominay: uno de los mejores centrocampistas del fútbol europeo y, por consiguiente, mundial. Aún recuerdo cuando José Mourinho lo hizo debutar siendo muy joven. Sucedió en el año 2018. Y desde entonces es internacional indiscutible con la selección escocesa. Y forma parte de esos pocos mediocentros modernos con que cuenta el panorama futbolístico actual. Y además es veinteañero. Amén de que el ritmo trepidante con que se juega en la Premier League no es el más adecuado para el Casemiro actual.
Por cierto, un ritmo de juego muy vivo y agitado, de idas y vueltas constantes y del cual participa Christian Eriksen; jugador danés, de 30 años y que ha sido capaz de lograrlo tras sufrir un paro cardiaco en 2020, durante un partido correspondiente a la Eurocopa de Selecciones. No cabe la menor duda de que Eriksen, tras jugar la temporada pasada en el Brentford, se habrá demostrado a sí mismo y a los médicos que está en condiciones para soportar todos los esfuerzos que exige jugar a ese nivel. Ahora bien, no creo que nadie se atreva a discutirle su valor.
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