Cinco de la tarde del día que corre: jueves, 29 de junio. Mi gata, blanca como el armiño, está tendida en el sitio más fresco de la casa. Durante unos minutos disfruto de su sueño. El cual rezuma esa confianza que los gatos necesitan para dormitar. De vez en cuando me mira a través de sus ojos semicerrados. La suya es una mirada relajada. Sus hermosos ojos reflejan un estado de ánimo excelente. De repente, comienza a estirarse y cuando lo cree oportuno se acerca a mí y se roza con mis piernas para decirme que me quiere. Son muchas las veces que he disfrutado de ese amor que ella me brinda. Pero hoy lo necesitaba más...
Los gatos son los grandes desconocidos. Tal vez por eso fueron maltratados durante muchos años en nuestra querida España. Por ejemplo: Es sabido que el gato no es demasiado amigo del agua, así que llevarlo a ella no es tarea fácil; aunque si muy reconfortante si se logra, pues quien lleva el gato al agua es quien consigue algo pretendido por varios. La expresión se documenta al menos desde mediados del siglo XVI (una centuria antes se recoge en Seniloquim (c. 1450) el dicho "El que menos puede, lleve el gato al agua").
"Antiguamente debieron usar cierto juego en la ribera del río con un gato, y ganaba quien lo metía dentro de él; pero como se defiende con uñas y dientes era dificultoso y peligroso". La verdad es que el ilustre toledano solo sugiere, no afirma. Y hace bien, porque va algo descaminado. Dado que es Rodrigo Caro quien nos da la clave en Días geniales o lúdricos (1626): "Ese es juego muy usado, aunque yo no lo he visto jugar poniendo palo en medio horadado, sino en su lugar una tirante o viga de las casas donde se suele hacer; y el que tira más (de la soga o cuerda a cuyos extremos están atados los chiquillos) da con el otro en la viga, con mucha risa de los que miran".
Así que llevarse el gato al agua es en realidad -y usamos aquí la expresión en sentido literal, no figurado, ¡ojalá fuera tan fácil!- un juego de niños. Aunque eso sí, un juego serio, con larga historia, pues era ya practicado por griegos y romanos, como señala también Rodrigo Caro: Llamáronle los griegos scaperda; los latinos, funis contentiosus; los españoles le llamamos "llevar el gato al agua", que aun viene a ser proverbio del que vence a otro en contiendas".
Cabe aquí, pues, cerrar esta historia de gatos: Juan Vivas lleva ya veintitantos años llevándose el gato al agua de la política local. Pues el tío no pierde ni el paso. Aprovecha todo lo que cae; amén de verlo todo y sacar partido de esa visión extraordinaria que tiene de cuanto acontece a su alrededor.
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