Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.
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martes, 6 de junio de 2017

Anécdota



He aquí un lance vivido por mí en el verano de 1965 en una playa de mi pueblo. Una anécdota que nos dejó boquiabiertos a cuantos estábamos sentados a una mesa surtida de mariscos y de vinos de la tierra en un restaurante al cual había que acudir con la cartera llena de billetes. El motivo de la reunión era para agasajar a un tipo que acababa de cumplir 77 años y que seguía viviendo cada día como si anduviera anclado en los cuarenta.

El personaje, que llevaba ya jubilado más de una década, seguía dando muestras visibles de estar entusiasmado con el vivir de cada día. Era un hombre de mediana estatura, bien formado y tenía el arte de agradar e interesar cada vez que abría la boca. Y las mujeres, claro está, prestaban muy pronto oído a cuanto decía aquel señor mayor que, además, lucía una calvicie total.

Aquel hombre sabía hablar y por tanto bien pronto sedujo a las féminas que estaban allí. Y créanme que no sucedía ese milagro por lo que decía sino por cómo lo decía. Dado que es archiconocido que el supremo misterio del estilo radica en eso. Y el estilo es capaz de proporcionar celebridad a cualquier edad.

Pero aquel hombre gozaba también de la suerte de haber llegado a cumplir tantos años sin apenas menoscabo de su condición física. Su sangre circulaba a plena satisfacción y regaba hasta el último de sus capilares. Lo cual no sólo le proporcionaba un bienestar extraordinario sino que le permitía comportarse en el tálamo como si tuviera 30 años menos. Ni que decir tiene que las mujeres se lo rifaban y los hombres estúpidos, que los sigue habiendo a manojos, lo miraban esquinadamente.

Un día, un muchacho atolondrado, cuya obsesión radicaba en querer destacar, cuanto antes, sin haber obtenido aún ni los conocimientos ni la madurez suficiente para ser alguien en esta vida de mentiras y en la que seducir cuesta lo indecible, quiso darle matarile profesional a aquel personaje de 77 años. Y a fe que lo intentó cada día con empeño inusitado, extraordinario, insólito, raro.

Pero el muchacho se quedó a luna de Valencia. Con todas sus esperanzas frustradas que había puesto en cargarse la forma de ser y de comportarse del hombre de 77 años. El cual, a pesar de ello, sabía perfectamente que el arte de agradar y el arte de interesar, desde los tiempos de Adán y Eva, radica en la palabra. Así que ajo y agua para quienes tratan de emular al muchacho de aquellos  años de los ‘felices sesenta’. Ya que en lo que a mí concierne no lo tendrán fácil.

Frase

Detesto saber lo que dicen de mí a mis espaldas. Me hace ser aún más arrogante (Oscar Wilde).




sábado, 22 de agosto de 2015

Luis Balbontín Márquez, Balpiña

Periodista que popularizó el seudónimo de Balpiña escribiendo de fútbol en el Diario de Cádiz. Luis Balbontín era de Madrid, pero llegó a Cádiz en 1941. Lo hizo como funcionario del Instituto Nacional de Previsión, lo que en la ciudad se conocía como la "Caja Nacional". Pero pronto hizo periodismo en la radio y escribió en el diario de la capital. Aquel periódico cuyas páginas parecían auténticas sábanas y que en los días que había levantazo mantenerlo abierto resultaba más difícil que pegarle naturales a un miura cuando semejante viento asentaba sus reales en la Bahía Gaditana.

A Balpiña me lo presentó Juan Martín: funcionario municipal de El Puerto de Santa María y directivo del Portuense. Estaba yo disfrutando de mi etapa como futbolista juvenil y presto ya a foguearme en categoría nacional con el primer equipo de la ciudad. Y debo decir que Luis Balbontín Márquez me cayó bien. Pasados varios años, no sé si fueron cinco desde que nos conocimos, y siendo Balpiña un gran altavoz en su programa deportivo en Radio Cádiz y en el diario, recuerdo que estaba yo en el Ramón de Carranza viendo jugar al Cádiz un partido de preparación para afrontar en las mejores condiciones la promoción de permanencia en el Grupo II de la Segunda División A, frente a la SD Éibar; tras haber eliminado este equipo al Talavera y haber ganado el primer encuentro de su eliminatoria al Huesca.

Como yo me había enfrentado al Éibar en dos partidos, alguien le dijo a Balpiña que nadie mejor para informarle al respecto. Y el periodista, consagrado en Cádiz en todos los aspectos, tuvo a bien hacerme varias preguntas acerca del equipo guipuzcoano. Y lo primero que le dije es que en el Éibar jugaba un tal Gárate... Cuya participación en el conjunto armero era tan vital como necesidad había por parte de sus rivales de anular sus evoluciones.

Mis declaraciones se publicaron y hasta se anunció que Balpiña y un futbolista del Cádiz, creo que se llamaba Moreno, aprovechando que se hallaba lesionado, irían a Éibar para ver jugar al equipo que había obtenido un magnífico resultado en tierras aragonesas. Balpiña y Moreno, por lo que fuere, quizá por pereza de viajar tan lejos, se quedaron en Madrid. Así que cuando regresaron a Cádiz y fueron preguntados por Gárate y su equipo, dijeron que ambos eran muy flojitos en todos los aspectos. Es decir, que mintieron

El Cádiz viajó a Guipúzcoa convencido de que Gárate y el Éibar valían menos que nada. Y se encontró con una derrota por 2-0 en Ipurúa y Eulogio Gárate fue el mejor de los contendientes. En el partido de vuelta, temporada 64-65, que tuve la suerte de ver, EG hizo diabluras en el Carranza. La eliminatoria, sin embargo, quedó empatada y ambos equipos hubieron de recurrir al desempate en campo neutral. El campo del Plus Ultra resultó elegido. En Ciudad Lineal ganaron los gaditanos. Con ayudas arbitrales.

José Eulogio Gárate estuvo una temporada en el Indauchu. Y luego hizo la carrera que hizo en el Atlético de Madrid. Luis Balbontín Márquez, a quien llamaban Balpiña, nunca me perdonó que yo contara lo ocurrido.


domingo, 31 de mayo de 2015

Anécdota de Javier Murube

Agradable sobremesa y sale a relucir su nombre. Y yo cuento lo que sigue. Era propietario de El Rocío: bar situado en el famoso pasaje de Matheu,  en el casco antiguo de Madrid. Contaba con un magnífico jefe de barra y Javier Murube se limitaba a alternar con los clientes cuando le era posible. Agradable, con buen talante y gran conversador, con él se podía hablar de todo. Principiaban los sesenta y raro era el día en que Trompi -leyenda futbolística- y yo no visitáramos el establecimiento. Muy frecuentado éste por artistas, toreros, futbolistas...

Javier Murube -hermano de Alfonso Murube- era muy dado a la ayuda de quienes se la demandaban y, por tanto, era muy respetado. Javier nos contaba a Trompi y a mí, aquel día de verano, a la hora del aperitivo, que había recomendado a Curro, jugador madrileño, al Ceuta. Pues bien, por ahí iba la cosa cuando apareció Antonio Bienvenida, acompañado de otra persona, y en el local, de ambiente extraordinario, se impuso el murmullo sordo y expectante.

Al famoso torero, de amplia sonrisa, mirada enérgica y elegancia natural, le faltó tiempo para levantar la mano, a modo de saludo, dirigido a JM. Y éste, con el rostro demudado pero dueño de una frialdad incuestionable, respondió con un que te den por retambufa que sonó como un trueno en el local. La perenne sonrisa de Antonio Bienvenida quedó petrificada y descompuesta. Aun así, el maestro echó mano de su conocida serenidad, preguntando por la causa de tan mala acogida.

Javier Murube aprovechó el momento para descargar su ira sin contemplaciones, relatando la tragedia de un novillero, apoderado por él, a quien le habían amputado una pierna la semana anterior. Como consecuencia de que en el Sanatorio de Toreros se habían negado a intervenirlo en el primer momento, debido a que JM, por lo oído, se había retrasado en el pago de varias mensualidades.

-¿Se puede saber cuál es mi culpa en este caso? -preguntó el maestro Bienvenida.

-La de ser presidente de un Montepío de Toreros capaz de cometer canalladas de ese tipo...

La respuesta de Javier Murube golpeó como un látigo en el ambiente.

De pronto, el acompañante del diestro, que resultó ser Comisario Jefe de la temida policía instalada en el edificio de la Puerta del Sol, hizo ademán de irse contra Javier. Pero Antonio Bienvenida intervino con tanta presteza cual contundencia a la hora de sujetar al funcionario. Si bien el gran torero, antes de enfilar su salida hacia la calle, y tomado ya por la calma de quien nada sabía de hecho tan lamentable, pidió perdón a Javier Murube por la responsabilidad que le exigía su cargo.

jueves, 21 de mayo de 2015

Pedro Escartín

Cada 21 de mayo, fecha en la que falleció hace ya 17 años,  me acuerdo de don Pedro. Pero no recuerdo haber escrito, y si lo hice no me importa la repetición, de la entrevista que mantuve con él en su casa, recién acabada la temporada 70-71. Don Pedro lo había sido todo en el fútbol: jugador aficionado, árbitro internacional, periodista y escritor del deporte rey. Y, por si fuera poco, actuó como miembro del Comité Disciplinario de la FIFA durante muchísimos años. Tenía amigos en toda España y fuera de ella.

En la temporada ya reseñada, después de haber conseguido yo salvar al Portuense del descenso, tras sustituir a Ventura Martínez, magnífico entrenador y excelente persona, decidí obtener el título nacional de entrenador en Madrid. Tomás Osborne, a la sazón dirigente del club y amigo del señor Escartín, me dijo que había hablado con él para que me recibiera en su domicilio madrileño, con el fin de que me recomendara a los profesores del curso. Debido a que, en aquel tiempo, los apuntes de las escuelas de entrenadores nacionales los tenían solamente los alumnos de Madrid y Barcelona. Vaya usted a saber por qué semejante discriminación.

Así que el día acordado para la visita me presenté en el domicilio del señor Escartín, calle Hermosilla, 22. Vivía en el primer piso de un edificio cuya escalera olía a cocido y a meada de gato. Me recibió una muchacha vestida con cofia, bata y delantal de sirvienta. La cual anunció mi llegada a don Pedro tocando con los nudillos en los cristales azogados de la puerta de su despacho. Su voz, la de don Pedro, que a mí me pareció atiplada, me dio la venia para acceder ante él. Se hallaba tecleando una Olivetti y se levantó para saludarme. Iba en bata y en zapatillas. Y nos sentamos frente a frente a su mesa de trabajo.

Tras los saludos de rigor, y después de preguntarme por su amigo, Tomás Osborne, sus ojos lagrimosos, por la edad, había cumplido ya los setenta, y por ser lector empedernido, parecían dos linternas tratando de ver dentro de mí. De pronto, va y me dice: "Usted tiene fama de ser intransigente con los árbitros, hasta el punto de que me consta que muchos de ellos no lo tienen en buena estima...".

Y a mí sus palabras me sentaron a cuerno quemado. Y, claro, no dudé en responderle a media vuelta de manivela: "¿Sabe usted si Franco ganó la guerra tirando peladillas?". Y don Pedro tardó nada y menos en levantarse de la silla y decirme a voz en cuello: "¡Haga el favor de abandonar mi despacho inmediatamente!". Y allá que tomé las de Villadiego hasta llegar a la Cafetería Bar Recoletos, de mi estimado Luis Elices Cuevas, que se hallaba a escasa distancia.

Cuando le conté a Elices, ex jugador y entrenador de fútbol, lo que me había ocurrido, amén de reírse de lo lindo con mi salida de tono y la respuesta de Escartín, me advirtió de lo que iba a sucederme en el examen selectivo del curso de entrenadores que estaba programado para el día siguiente. Y acertó. Pero esa es otra historia...