Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 26 de enero de 2015

El valor de los griegos

Como cualquier lector de Historia de las Ideas Políticas, tengo sabido que ninguno de los regímenes existentes, ninguna de las doctrinas que aquéllos habían hecho crecer en Grecia, durante el siglo IV, satisfacían a Platón. Ni siquiera la democracia, tan celebrada desde entonces, como la gran aportación de los griegos, le hacía mucho tilín a quien sigue siendo maestro indiscutible de filósofos. Se expresa así al respecto: "La democracia es el reino de los sofistas, que, en lugar de ilustrar al pueblo, se contentan con estudiar su comportamiento y con erigir en valores morales sus apetitos. La política de estos demagogos no es más que el registro del hecho, el reflejo de las pasiones de la masa".

En realidad, Platón lo que estaba reivindicando es el derecho del más fuerte, del mejor dotado, del mejor armado a realizar sus ambiciones sin el estorbo de una ley que es tan sólo el instrumento mediante el que los débiles quieren encadenar a los fuertes. En esa jungla que es la sociedad resulta natural que los apetitos de los individuos fuertes por su superioridad física, intelectual o social se opongan a las pasiones de la masa, fuerte por su peso. De lo que se deduce que Platón aceptaba la democracia, aunque en su fuero interno estaba convencido de que ésta no dejaba de ser el falso moralismo de los demagogos.

Los más fuertes, esto es, los poderes económicos manejados por los alemanes, han tratado, durante meses y meses, de convencer a los griegos que era mejor vivir miserablemente que no vivir. Los poderes económicos, mediante la propaganda insistente de los medios de comunicación, no se tomaron respiro alguno a la hora de cundir el miedo para quitarles de la cabeza a los ciudadanos la idea de votar a unos radicales de izquierda que -con su adanismo- sólo conseguirían desolación en todos los sentidos.

Pero una gran mayoría de griegos no han dudado en hacerle una higa a la señora Merkel y a todos sus corifeos. Pensando, tal vez, en que tenerle miedo al miedo es presagio de una muerte segura. Así que decidieron votar a Syriza. Y que Dios reparta suerte. Con tamaña decisión, nada fácil de tomar, muchísimos griegos ha puesto de manifiesto que no son hostiles a las novedades. Vamos, que no son tan retrógados como para afiliarse al misoneísmo. Y, desde luego, han depositado su confianza en Tsipras; presidente del partido, a quien le queda por delante una tarea tan ardua como inconmensurable. Naturalmente, no me gustaría estar en el sitio del tal Tsipras.

Lo que le espera a Alexis Tsipras, porque una cosa es hacer política y otra gobernar, es cumplir con lo que les ha venido prometiendo a sus compatriotas. Que lo primero que hará es decirle a Merkel que ¡basta! a la intransigente aplicación de las medidas de austeridad impuestas a los acreedores europeos. Que un país sin clase media es un país desnortado y expuesto a repiques revolucionarios y que se saben, sobradamente, cómo terminan. Y el presidente del Gobierno griego haría muy bien en recordarle a la primera dama alemana, en qué medida contribuyeron los europeos al despegue alemán en 1953.

A partir de este momento, lo mejor que haríamos italianos, franceses, portugueses y españoles, es desearle todos los aciertos posibles al nuevo presidente de Grecia. Pues de ellos, o sea, de sus logros, dependerá nuestro futuro. Que no pasa solamente porque se nos diga que las cosas han mejorado, aunque nos queda mucho por hacer... Lo cual no es mentira. Como tampoco lo es que nadie dice ni mu sobre qué será de esos millones de parados, de edades comprendidas entre los cuarenta y los cincuenta años, que están esperando un empleo con la misma ansiedad de quienes esperan el trasplante de un órgano vital.

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