Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 25 de enero de 2015

Sergio Ramos

Viéndole jugar, se me viene siempre a la memoria lo que se cuenta de Miguel de Unamuno que, cantando de muchacho en el coro, lanzaba un gallo adrede para distinguirse de los demás. Lo cual indica muy bien cuál fue el carácter de Unamuno durante toda su vida. Tuvo don Miguel, ante todo, el afán de darse a conocer, de destacarse manteniendo a su vez su libérrima personalidad: "A mí no me clasifica nadie y menos el público", decía. Fue su vida una exaltación apasionada del yo.

Sergio Ramos era ya archiconocido como futbolista extraordinario, ganador de las más importantes competiciones, capaz de jugar en todos los puestos de la defensa, antes de marcar el gol milagroso del empate al Atlético de Madrid, en la final de la Champions League. Es más, siendo poco hábil con su pierna izquierda, por no decir que la tiene de palo, nunca ha levantado la voz, que yo sepa, para reclamar un sitio en el lado derecho de la zaga, donde está su rincón de seguridad. Y, naturalmente, donde le sería más fácil actuar.

Hasta entonces, es decir, hasta la final de la Champions League en Lisboa, los éxitos de Ramos se debían a que éste se limitaba a imponer sus conocimientos del oficio, sus indiscutibles condiciones físicas, y un deseo evidente de ocultar sus debilidades cuando se le ataca por su lado menos bueno: el costado izquierdo. En suma: el jugador de Camas se cuidaba muchísimo de que nadie hiciera uso y abuso de su talón de Aquiles (Por cierto: la gente no se pone de acuerdo en si se dice talón o tendón. Sería conveniente preguntárselo a Aquiles). Mas fue marcar el gol de su vida, cuando Diego Simeone y los suyos estaban ya prestos a subir al palco para recoger el ansiado Trofeo de la Champions League, y empezar a dar muestras innegables de querer ser siempre el personaje principal de todas las contiendas deportivas. Aunque para ello, tenga que recurrir, en ocasiones, a lanzar ese gallo que se le achaca a Unamuno.

El mal momento que atraviesa SR es harto conocido por todos los entrenadores. De modo que ya lo explotó el técnico del Atlético de Madrid en los partidos de la Copa del Rey. Ahora bien, lo que menos esperábamos los fieles merengones es que el entrenador del Córdoba, Miroslav Djukic, fuera capaz de poner al descubierto lo vulnerable que es el equipo de Ancelotti cuando se le ataca por donde le toca defender a la estrella sevillana. Por ese lado, el Córdoba juntó a Gonino, Bebé, Andone y Fede, sabiendo, además, que Marcelo también lleva mucho tiempo con el compás perdido y, si le sumamos la escasez defensiva de Cristiano Ronaldo, apaga y vámonos. Así, mientras Ghilas sacaba de sus casillas a Carvajaly a Varane, los locales, presionando muy arriba, pusieron al campeón de la Décima al borde del abismo.

En el Madrid, desde el descanso navideño, todos sus jugadores están desafinando, en mayor o menor medida. Parecen contagiados por su segundo capitán. Que del primero mejor no hablar. Bueno, sería absurdo no airear que, cuando el Córdoba presionaba, los saques deCasillas con los pies se convertían en pases perfectos a los jugadores cordobeses. Y, por si fuera poco, éstos les llegaban, mayormente, a los futbolistas que estaban haciendo diabluras por la banda izquierda de los visitantes, para desesperación de Cristiano Ronaldo, Marcelo y Ramos.

Los jugadores del Madrid dan la impresión de estar asfixiados. Hasta el punto de que Kross, que se había erigido en líder indiscutible de esa zona vital del medio terreno, está sufriendo de lo lindo en los últimos partidos. Con el agravante de que pueda perder esa confianza con la que arrancó la temporada. El Madrid, además, ha dejado de explotar su arma letal: el contraataque. Lo cual ayuda a que sus rivales se puedan permitir el lujo de no errar apenas en labores defensivas. En rigor: el Córdoba mereció la victoria. La cual hubiera sido el mejor homenaje que le habrían podido rendir a Francisco Calzado Ferrer, El Litri,fallecido el viernes pasado, tras haber sido, como empleado, todo en el Córdoba. A mí, cuando estuve allí, siendo muy joven, me ayudó lo indecible.

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