Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 1 de febrero de 2015

Podemos es necesario

Dado que mis lecturas, una vez olvidadas, dejan huella permanente en la alacena de mi memoria, recuerdo perfectamente cómo los jóvenes abandonaban las aulas de las universidades, los pupitres de las escuelas, los tableros de los talleres, y con unas breves semanas de instrucción, creían estar formados para luchar en los frentes de la Primera Guerra Mundial. Marchaban los muchachos alemanes, como los de otros países, henchidos de gozo a la búsqueda de aventuras peligrosas, sintiendo el anhelo de toparse con cosas insólitas. Ernest Jünger, autor del libro "Tormentas de Acero", dice que la guerra los había arrebatado como una borrachera. Que les parecía, entre otras cosas estimulantes, un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado en las grandes praderas. En que la sangre era el rocío.

Quienes regresaron con vida de aquel devastador conflicto -cuyas consecuencias se extendieron hasta Oriente Próximo y zonas de Asia y África-, lo hicieron horrorizados y convencidos de que aquella tragedia serviría, al menos, para que las injusticias y desigualdades tuvieran las mejores soluciones. Tras la Conferencia de Paz en París -1919-, en la que los presidentes de los países ganadores tomaron decisiones interesadas con el fin de poner en pie una Europa en ruinas, éstos no vieron, o se hicieron los suecos, que sus acuerdos estaban propiciando ya un deseo de revancha por parte de las naciones penalizadas.

A la Segunda Guerra Mundial, visto lo visto en la anterior, jóvenes y menos jóvenes fueron llevados a la fuerza. Y otra vez, quienes tuvieron la suerte de no perder la vida, descubrieron a su regreso que las injusticias sociales seguían imperando y que los ricos eran más ricos y los pobres, amén de multiplicarse, pasaban a la escala de miserables. El miedo al papel político de la clase obrera gravitó sobre Occidente durante toda la guerra fría.Y, como no podía ser de otra manera, cundió el miedo entre los hombres poderosos de la tierra. Y es que no debemos olvidar que la bondad de los hombres poderosos nace de su miedo o de su egoísmo. Así que sólo dejan de ser crueles, axioma, cuando sienten que es mejor perder un poco que perderlo todo.

Debido a ese miedo, en las democracias liberales se procuró acentuar la política social para mantener integradas las masas obreras que trabajaban denodadamente por la reconstrucción material de una Europa en ruinas. Y se hizo mediante la creación del Estado del Bienestar, cuyos principios fueron en 1946. En el que destacaban, por encima de todo, tres derechos que el ciudadano -por medio de su voto- nunca va permitir que se los toquen: la salud, la vejez (pensiones), la educación. Y, naturalmente, el derecho a tener un trabajo digno. Con la implantación del Estado benefactor se trató también de frenar, entonces, el espectacular avance de los partidos comunistas europeos, consecuencia de su papel protagonista durante la resistencia antinazi.

El nacimiento de la Comunidad Europea, ideada mayormente para que sus socios no tuvieran nunca más que dirimir sus diferencias a cañonazos, parecía ser la panacea de todos los males. Pero hete aquí que, un buen día, apareció la señora Merkel y aprovechando las fechorías cometidas por corruptos de cuello blanco, intervino para decirnos que el Estado del Bienestar, como institución de solidaridad, fomenta la pereza, ya de por sí anclada en los pueblos mediterráneos. Y sacó a relucir su tijera de recortar que ha dejado a griegos, portugueses, italianos, franceses y españoles sin clase media.

Y, como no podía ser de otra manera, al cabo de tres años de sacrificios soportados solamente por los que menos tienen, a la par que los ricos han seguido haciendo su agosto, aprovechándose de tal situación, han surgido partidos como Syriza (Grecia) y Podemos que han logrado algo que se veía venir: que mucha gente haya dicho ¡basta ya! Y se haya lanzado a la calle a gritar consignas contra el bipartidismo. Lo cual es bueno. Por dos motivos: el primero, porque así han hecho posible que los dirigentes del PP y PSOE despierten del letargo en que estaban sumidos; y, segundo, porque la presencia de Pablo Iglesias y los suyos evitan un mal mayor: que surja una reacción violenta de los ciudadanos que han perdido ya la esperanza de trabajar y vivir decentemente.