El Madrid está formado actualmente por un grupo de jugadores desnortados. Sí, ya sé que son capaces de ganar incluso habiendo perdido la brújula. Por razones obvias. La desorientación con la que deambulan sus futbolistas en el terreno de juego se debe, simple y llanamente, a que o bien no reciben misiones concretas o quizá es que se las pasan por la entrepierna. Sentadas esas premisas, podemos empezar a discutir qué parte de culpa tiene su entrenador en cuanto a que el mejor equipo del mundo esté causando una paupérrima impresión.
Tras tener que irse José Mourinho del Madrid, marcha motivada porque a varios jugadores de la plantilla les causaba trastornos infinitos acatar la disciplina que impone el técnico portugués en sus equipos, a Florentino Pérez no le cupo otra solución que contratar los servicios de un entrenador que funcionara mediante conchabanzas, entendimientos y pactos con la plantilla. Sobre todo con los cuatro o cinco jugadores que tienen voz y voto fuera y dentro del terreno de juego. Carlos Ancelotti, por tanto, era el entrenador ideal.
El entrenador italiano, amén de gozar de una reputación excelente, cuenta en su haber con triunfos sonados. Y los ha obtenido delegando en los jugadores. Y como esa forma de dirigir a equipos encopetados, en los que abundan las figuras y algún que otro astro, le ha dado excelentes resultados, nuestro hombre es, como todos los que optan por esa manera de proceder, reacio a cambiar su forma de actuar. Máxime si, además, la Diosa Fortuna le ayudó a ganar la tan ansiada Décima.
Cuando un entrenador les permite a sus futbolistas que decidan cómo jugar, entrenar o comportarse de la manera que ellos desean, y éstos se ven liberados de los métodos del anterior técnico, exigentes en todos los sentidos, lo primero que hacen los futbolistas es airear por todo el orbe que, al fin, están disfrutando de un gran entrenador, que los entiende -en este caso, Ancelotti-, y de una persona cabal y bondadosa. Todo un caballero, mire usted, dicen a voz en cuello en todos los medios habidos y por haber.
Ahora bien, todo lo reseñado es posible mientras el equipo gana y juega bien. Que es lo que le exigen al Madrid. Y, desde luego, que ese ganar se traduzca en la obtención de títulos. En cambio, cuando no se juega bien; mejor dicho, cuando se juega pésimamente, como lo viene haciendo el equipo entrenado por Ancelotti, sucede, entonces, que los aficionados se percatan de que el club de sus amores está siendo dirigido por alguien que se muestra incapaz de poner orden en un conjunto donde cada cual se comporta como quiere. Y el desastre, siempre al acecho, se hace presente cada dos por tres.
De haber habido un equipo superior al Deportivo de la Coruña en el Bernabéu -una especie de Villarreal, por ejemplo-, posiblemente estaríamos hablando de un Madrid derrotado. Por ser éste, en estos momentos, un conjunto que se muestra en el campo carente de ideas. Con la zona vital del medio campo perdida. Sin conexiones entre líneas. Inoperante en la defensa de balones sacados desde la esquina o desde los lados. Un Madrid vulgar. Asfixiado. Para muestra un botón: Cristiano Ronaldo. Ante semejante panorama, irrumpe la urgencia de solucionar los problemas con un técnico que asuma el liderazgo. ¿Lo hará Ancelotti?
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