Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 9 de marzo de 2015

Señoritos andaluces

Cuando se habla de Andalucía y, sobre todo, durante las campañas electorales, sean éstas municipales, autonómicas o generales, lo primero que sale a relucir es el latifundismo y, primordialmente, la figura del señórito. Los señoritos siempre han gozado de mala fama. Mejor dicho: de muy mala fama. Había sus excepciones. Claro que sí. Pero quedaban diluidas ante la creencia general de que los señoritos no dejaban de ser unos parásitos que vivían a costa de sus padres: los señores. Y a partir de ahí eran considerados unos calaveras.

Los señores, incluso durante una época turbulenta como fue la Segunda República, eran respetados. Decir señor no estaba reñido ni siquiera con la palabra compañero. Por más que los hijos de los señores se empeñaran con sus inapropiados comportamientos en echar leña al fuego de la discordia entre clases; en tiempos revueltos, sobrados de injusticias y privilegios y, por tanto,  proclives a odios africanos entre españoles.

La última vez que escribí acerca del señoritismo fue, si mal no recuerdo, cuando Elena Valenciano, dirigente socialista, se atrevió a llamarle señorito a Miguel Arias Cañete, durante la campaña perteneciente a las elecciones europeas. Bien sabía la señora Valenciano que llamarle señorito a un andaluz, y mucho más si a éste lo han nacido en Jerez de la Frontera o reside allí desde hace la tira de tiempo, no deja de ser un insulto. Por razones claras...

Los señoritos, al tener desde muy joven el nombre y el dinero, se convierten en una caricatura de su padre. Esos señores rebosantes de aura y prestigio. De las correrías de los señoritos se ha dicho lo que no hay en los escritos. Hablando de escritos, nunca me cansaré de recomendar "La Casa del padre"; libro del cual es autor Caballero Bonald. Y en él podrán comprobar cómo los señoritos se habían ganado con creces la fama de parrenderos, mujeriegos, vividores, tarambanas, viciosos...

Contaré de memoria la siguiente anécdota, que viene en "La Casa del padre", para que se hagan una idea de cómo se las gastaban los señoritos de antes y después de nuestra guerra civil, o incivil, como ustedes deseen nominarla. Hijo de una gran familia bodeguera y propietaria de tierras, viñedos,  y ganadería, era señorito noctívago y que gustaba de frecuentar, acompañado siempre por palmeros y matones, los lugares de alternes y las distintas ventas de las carreteras.

Aquella noche el señorito decidió pasar un rato en una venta que estaba entre Jerez y Arcos de la Frontera. En ella coincidió con un tipo que había ya empinado el codo lo suficiente como para molestarle. Y, ni corto ni perezoso, antes las risotadas de sus aplaudidores, lo cogió en volandas y lo introdujo en el interior de una jaula, que estaba en pleno campo, y en la que habitaba un león propiedad del ventero. Menos mal que el animal, tras olisquearlo, le desagradó el olor a vino y lo despreció.

Señoritos de tal catadura existieron, sin duda alguna, y yo proclamo haberlos conocido. Pero también afirmo que esa mala especie desapareció hace ya mucho tiempo. Porque sus mayores se vieron obligados a vender las bodegas a multinacionales y hasta se vieron precisados a desprenderse de gran parte de sus tierras. Y, por encima de todo, porque hoy no podrían ejercer ese machismo propio de la Edad Media. Sobra, pues, mencionarlos. Aunque sea en campaña electoral.

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