Gallardo Salguero (Eduardo). Empresario. Lo primero que hacía, en cuanto nos cruzábamos por la calle, era preguntarme por cómo estaba -pues de sobra conocía mis andanzas-, y a partir de ahí se centraba en oír mi contestación. Detalle de buena educación, adornado con ribetes de amistad que había ido aumentando con el transcurrir de los años. Amistad procedente de un hombre bueno a quien nunca le había dedicado mucha atención en mis escritos. Él, en cambio, me demostraba a cada paso ser lector de todo lo mío. De lo contrario le habría sido imposible referirse a mis artículos, los cuales conservaba en carpeta adecuada al efecto, con tanto conocimiento.
García Cosío (José). Funcionario. Cronista de la Ciudad. Era todo un carácter. Una persona aferrada a su vozarrón incomparable y a sus ideas. No necesitaba hacerse notar, allá donde estuviera, sino que su forma de conducirse llamaba la atención. García Cosío jamás renunció a resaltar su andalucismo sin que Ceuta perdiera la primacía en su vida. "Los vinos del marco de Jerez, una buena comida y un puro canario, obran el milagro de resucitar a un muerto", decía cuando se hallaba a gusto. Pepe era muy dado a celebrar sus veraneos en Ronda. Se le notaba demasiado que en ese rincón se lo pasaba en grande. Pues a su regreso no se cansaba de contar las peripecias vividas en la tierra de Pedro Romero.
García López (Juan). Maestro. Nos hallábamos muy a menudo por el centro de la ciudad y no teníamos ningún reparo en ponernos a charlar. En una ocasión, de hace ya varios años, Juan García me dijo que se había muerto Gordo, su perro. Gordo era un Gorden Retriever; un animal que, como todos los de su raza, tenía siempre una expresión bondadosa y los movimientos de su cola no dejaban de transmitir la alegría de un ejemplar que iba presumiendo cada día de tener un propietario ejemplar. Gordo me mostró siempre su cariño canino desde que nos vimos por primera vez caminando por la carretera nueva. Y su forma de ser fue motivo suficiente para que yo me me animara a hacerme con Oasis: otro perro que se ha ganado el derecho a ser querido de verdad.
Gómez Prieto (Ángel). Superintendente de la Policía Local. Es nuestro J. Edgar Joover -quien fuera director del FBI-, cambiando lo que haya que cambiar. Y sabe, por tanto, vida y milagros de todos los políticos y de las personas que necesiten conocerse actividades pasadas y presentes. Por ello ha conseguido salir de cuantas celadas le han tendido quienes no le soportan por ser conscientes de que el jefe de la Policía Local está al tanto de muchos de sus deslices. Sería injusto no reconocerle la labor que hizo en su día cuando, a petición de Ricardo Muñoz -alcalde-, acometió con éxito la renovación de un Cuerpo que estaba ya desfasado.
González Bolorino (Manuel). Empresario de medios de comunicación. Mentiría si no dijera que conoce a los políticos locales más que bien. Y no cabe la menor duda de que ha sabido sacarle rédito a esos conocimientos. Yo he tratado mucho a MGB. Y hace ya la tira de tiempo que llegué a la conclusión de que Manolo es muy listo. Tampoco se le puede negar que ha trabajado duramente para hacerse con un buen pasar. A veces, cuando me han pedido que lo definiera, he resaltado que es suspicaz, debido a una timidez que lo agobia en ocasiones, y que le obliga a estar en situación de guardia permanente. Conque es harto difícil sorprenderlo.
González Pérez (Francisco Antonio). Delegado del Gobierno. Nunca tuve con él ni buenas ni malas relaciones. Así que durante más de treinta años, que ya son años, jamás hemos pasado de decirnos hola y adiós. Y, cuando decidimos ir un poco más lejos, en contadas ocasiones, llegaron los desencuentros correspondientes. No obstante, yo he seguido sus pasos desde que tomó posesión de su cargo, como delegado del Gobierno, y hay algo que no me cansaré de decir: Francisco Antonio González tiene un espíritu de sacrificio admirable y una voluntad de hierro. Y, como de los errores se aprende y además nadie está libre de ellos, ninguna duda tengo que, más pronto que tarde, será reconocida su labor. Aunque su nombramiento como delegado, conviene decirlo cuanto antes, ha coincidido con uno de los peores momentos, si no el peor, que España está viviendo desde que la democracia volvió a reverdecer laureles entre nosotros.
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