Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 29 de junio de 2015

Apellidos locales con S

Sánchez Montoya (Francisco). Miembro numerario del Instituto de Estudios Ceutí, así como de la Sociedad de Historia de la Fotografía y Premio Nacional Manuel Azaña de investigación (2001). Ejemplo de autodidacto. Sus investigaciones sobre la II República, la Guerra Civil y la masonería, fructificaron en libros que han sido muy reconocidos por la crítica. Con Francisco Sánchez he mantenido siempre unas relaciones cordiales. Educado, amable, de trato sencillo, tuve la oportunidad de entrevistarlo dos veces. Así que pude apreciar los muchos sacrificios que ha debido hacer para lograr una tarea de investigación tan reputada.

Sastre (Diego). Empleado municipal. Trabajé con él en El Faro de Ceuta. Fue árbitro de fútbol y yo hice, en su momento, todo lo habido y por haber para que ascendiera de categoría. Pero no era persona del agrado del presidente de la Federación de Fútbol de Ceuta y se quedó a mitad de camino. Nuestra amistad se malogró un día porque a mí me tocó defender los intereses de El Pueblo de Ceuta. Reconozco, eso sí, que puse demasiado celo en el empeño.  Sólo me queda pedirle las disculpas debidas.

Sevilla (Alejandro). Doctoral de la S.I. Catedral de Ceuta. Sí, ya sé que no fue nacido en Ceuta; pero como si lo fuera. Alejandro me concedió muy pronto manga ancha para hablar con él de todo cuanto a mí se me apeteciera. Aunque debo decir que, en cuanto me veía que yo no estaba dispuesto a pegar la hebra, era él quien trataba de sonsacarme. Le encantaba tantearme, meterme los dedos para saber acerca de la situación política de la ciudad. Y al final acabábamos los dos riéndonos a mandíbula batiente. Varias son las anécdotas que podría contar ocurridas durante los años en los que nos hemos tratado. Y digo tratado, lamentablemente, porque hace un mundo que no nos vemos.

Silva (Joaquín). Propietario de Casa Silva: restaurante que fue, durante muchos años, famoso por su exquisita cocina. En la que Encarna García, su mujer, trataba el marisco de manera que acababa siendo ambrosía. Mi amistad con JS maduró a fuego lento. Entre otras razones porque él no era muy dado a abrirse con cualquiera. Joaquín, además de tener un carácter especial, amaba el fútbol y tenía dos pasiones en el deporte rey: Agrupación Deportiva Ceuta y Real Madrid. Había, pues, que medir las palabras cuando se trataba de analizar las actuaciones de ambos conjuntos. Encarna y Joaquín trabajaron duramente, muchísimos años. Aunque no es menos cierto que le dieron suma importancia al ocio. Empedernidos viajeros, supieron ambos disfrutar de los beneficios que le sacaron a una vida repleta de sacrificios en el tajo.

Sillero (Pepe). Ocupó cargos en la banca de Ceuta. Y además profesaba de caballa a tiempo completo. Pepe y yo tardamos en congeniar. Pero, llegado el momento, fuimos amigos de verdad. Lector de cuanto yo escribía, a veces, porque se lo podía permitir, me recomendaba contención en el decir. Y allá que yo me ponía a darle explicaciones que ni siquiera recibía el editor del medio. El último día que nos vimos, antes de lo suyo, me habló de una manera en la que me di cuenta de que a mi amigo se le había acabado ya la costumbre de vivir.

Souviron (Margarita). Tampoco fue nacida en Ceuta. Si bien participó muchísimo en la vida local entre finales de los años setenta y principio de los ochenta. Era secretaria de la Delegación del Gobierno. Se vestía más o menos como Soledad Becerril. Lucía modelos de colegiala con cuello redondo, lacito y seda a cuadritos. Margarita parecía una bibliotecaria, pero estaba muy buena. Cuando ella hacía ¡Achisssss! los caballeros asiduos a la tertulia de El Rincón del Hotel La Muralla no cesaban de ponerse bien puestos con tal de ganarse una mirada complaciente de la secretaria. De entre los aspirantes, a ganarse su voluntad, observaba yo de qué manera se vigilaban estrechamente los dos que más apostaban en el envite. Uno era corredor de Comercio; otro, comerciante de fortuna. El primero, aparte de sus méritos apolíneos, conseguía ciertas ventajas al viajar junto a ella todos los fines de semana a la Costa del Sol. De ninguna manera descartaba yo, entonces, que en algún momento ambos pretendientes dirimieran la situación a puñetazos. Lo cual llegó a producirse. Y a mí me tocó mediar entre los machos encelados.



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