Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 28 de junio de 2015

Aquel verano de 1998

Raro es el verano en el cual yo no cuento algo relacionado con la llegada del Grupo Independiente Liberal (GIL) a Ceuta, para que nadie olvide un  hecho que puso a esta ciudad al borde del abismo en muchos sentidos. Así que escribiré de Sampietro Casarramona (Antonio). Quien fue alcalde de esta tierra. Por si los más jóvenes no se han enterado todavía.

Antonio Sampietro -catalán afincado en Marbella- llegó a Ceuta cuando estaban en su apogeo las fiestas agosteñas de 1998. Le reservaron mesa muy principal en la caseta de San Urbano. Venía acompañado por Luis Ortiz, pareja de Gunilla Von Bismarck y conocido miembro de Los Choris: Grupo formado en su momento por varios jóvenes apuestos, simpáticos, vividores y atentos a darse la gran vida en una Marbella de los años ochenta donde imperaban las demostraciones lujosas,  despilfarros y frivolidades. Y en la que la indiscreción solía pagarse en bolsa.

Antonio Sampietro arribó a la ciudad para ganarse la confianza de los ceutíes, tras haber logrado que Jesús Gil le permitiera presentarse como candidato a la alcaldía de esta tierra. De su brazo llegó una mujer joven: Aida Piedra; ésta, apenas dos años más tarde, contribuyó a buscarle la ruina política a su admirado Antonio.

Horas antes de aquella noche de feria, me pidió el editor de El Faro que procurara asistir a la cena en la caseta de San Urbano, para que averiguara qué pensaban los gilistas de su periódico en particular y de los medios en general. Así que me di las trazas suficientes para que Juan Carlos Ríos (a la sazón entregado a la causa del GIL y convertido ya en miembro destacado de un partido que prometía construcciones flotantes y una policía calcada a la Real Policía Montada del Canadá, entre otras muchas grandes promesas) me reservara asiento en la cena.

Debo confesar que me sentaron a la mesa en sitio preferente. Muy cerca de Luis Ortiz; el cual traía para mí recuerdos de conocidos comunes. Y, naturalmente, sería imperdonable si no mencionara la simpatía y gracia derrochadas por quien había sido personaje principalísimo de Los Choris marbellíes, ya reseñados. Concluida la cena, y antes de comenzar la conferencia de prensa acordada con los periodistas, Sampietro me pidió que me quedara más tiempo con ellos. Porque quería hablar conmigo.

Y, llegado el  momento, me dijo lo siguiente: "Mira, Manolo, yo tengo conocimiento de cómo eres y por qué has venido a la cena. De modo que si te pregunta el editor del periódico -donde escribes-, el señor Montero, no tengas el menor reparo en decirle que el GIL se portará muy bien con pocas personas para que así podamos caber a más... Y que si no lo entiende, le vamos a meter su panfleto por retambufa".

Hallé al editor de El Faro paseando por el recinto ferial, acompañado por mi siempre estimado Emilio Lamorena y otras personas allegadas a él, y lo puse al tanto de las palabras de Sampietro. Transcurridos tres días, recibí el correspondiente mensaje del editor: "Tenemos que ponernos de parte del GIL, ya que estos tíos van a ganar de calle las elecciones y nos pueden hacer mucho daño".

Ni que decir tiene que me negué en redondo a participar en la campaña favorable a los gilistas. Es más, recuerdo que me propuso hacer un programa en una televisión compartida, entonces, por tres empresarios que están distanciados actualmente. Y allí estuve entrevistando a personajes locales y procurando no darle ni agua al GIL. Y acerté. Aunque no he dejado de pagar el consiguiente peaje desde entonces. Con cierta satisfacción. La verdad sea dicha.



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