Como bien explica Jean Touchard en Historias de las Ideas Políticas, en el capítulo Grecia y el Mundo Helenístico, los desequilibrios sociales son el azote de las ciudades en la democracia, logro de una burguesía ilustrada de armadores y comerciantes, que debe organizar un mínimo de distribución como paliativo para impedir que el conflicto tome un carácter agudo, para hacer participar a cada clase en los incrementados recursos de un Estado en expansión y para asegurarse, por otra parte, una clientela que pueda ejercer sus derechos políticos.
En relación con los sistemas fiscales, nos dice que no correspondían a un sistema igualitario, sino a la idea, totalmente diferente, de que el ciudadano más favorecido debe más a la Ciudad. Y se pedía, por el interés global de la Ciudad y en nombre de la salud del Estado, que los ricos no regatearan en los pagos que debían hacer para sostener la vida de la República y a los pobres que no creyeran que el tesoro del Estado debía servir para su propio sustento. Ya que la fortuna de los ricos era el tesoro del Estado.
De la clase media ya se tenía un concepto muy claro en aquellos tiempos donde todo se discutía en el ágora -plaza pública-: la clase media es el colchón muelle que ha de servir para que los ricos no abusen de los pobres ni éstos de los ricos. Conviene decir, cuanto antes, que la máxima aspiración de los miembros de ambas clases, era -y sigue siendo- la de ascender en sus respectivos escalafones. Tarea tan complicada como justa.
El miedo del poder político a la clase obrera gravitó sobre Occidente durante la guerra fría. El miedo a la revolución armada fue sustituido por un miedo latente a la subversión social. En las democracias liberales se procuró acentuar la política social para mantener integradas las masas obreras que trabajaban denodadamente por la reconstrucción de una Europa en ruinas. La campaña anticomunista trataba de frenar, en lo político, el espectacular avance de los partidos comunistas europeos, consecuencia del papel protagonista jugado durante la resistencia antinazi.
En España, tras la guerra civil, lo que más anhelaba Franco era conseguir una clase media estable. Hasta el punto de que fue capaz de construir un edificio monumental, remedando al del Escorial, para albergar el Ministerio del Aire, cuando nuestros aviones eran escasos, con el fin de asegurarles empleos a innumerables personas, con sueldos que pagaban todos los españoles. Tras conseguirlo, al cabo de varios años, Franco reconoció en su momento a Vernon Walters, enviado personal de Nixon, que estaba tranquilo por el futuro de España porque dejaba algo que no se había encontrado cuando llego al poder: la clase media.
Clase media a la que han dado matarile los gobernantes españoles mediante una política económica dependiente en todos los sentidos de la alemana. Y los alemanes, demasiado técnicos y demasiado fanáticos, y a pesar de tener muchas y grandes cualidades, nunca fueron amigos de nadie. Y tampoco pagaron sus deudas a nadie. Los resultados están a la vista: sin clase media, o una clase media mermada hasta lo indecible, la izquierda ha vuelto a gobernar los ayuntamientos. Y los ciudadanos se muestran ansiosos por expresar sus puntos de vista sobre lo que viene ocurriendo. Los tiempos que corren, que están revueltos, necesitan, por encima de todo, del sentido común.
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