Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 14 de julio de 2015

Elogio del médico de cabecera antiguo

Conversación entre conocidos, aperitivo por delante, y sale a relucir la importancia que tuvo en su momento el médico de cabecera antiguo. Y alguien, con muchos años vividos, lo define: "Señor que era casi de la familia, que conocía todo su historial de alifafes y que te decía inmediatamente lo que tenía con sólo mirarte la lengua, tocarte la tripa y auscultarte. Médico de familia moderno. Señor que te dice a qué médico debes ir".

Y a mí, tras lo oído, se me ocurre escribir lo siguiente: "Mi padre dio dos camballadas antes de acercarse a mí y tratar de alborotarme el pelo con sus manos. Era la primera vez que yo le veía perder el equilibrio. Mi padre bebía mientras jugaba a las cartas, pero siempre había oído que jamás se le notaban los efectos del vino. Él bebía vino fino. A mi madre también le extrañó muchísimo en la condiciones que ese día había llegado. Traía la cara descompuesta y empezó a sudar fríamente.

De pronto esbozó una sonrisa y dijo que se sentía mal. Y a partir de ahí le pudieron las ansias y los deseos de arrojar. Mi madre le ayudó a sentarse en el borde de la cama y luego le puso un cubo para que vomitase. Y vomitando estuvo hasta ponerse muy malo. Hubo un momento en el cual los esfuerzos le hicieron sangrar. Y mi madre, asustada, corrió a buscar al médico de cabecera. No sin antes recomendarme que no me separara del lado de mi padre.

Derrumbado en la cama, con los ojos encarnizados, y limpiándose la boca con un pañuelo, me tenía cogida mi mano izquierda con su mano derecha y no paraba de decirme lo mucho que me quería. Posé mi cabeza sobre su pecho y noté cómo su respiración se iba calmando. Siguió hablando, pero ya de forma inconexa, a medida que un ligero sopor se iba apoderando de él.

El médico llegó casi a la par que mi madre. Y, tras comprobar su estado, le dijo que la sangre arrojada procedía de la úlcera que tenía en el duodeno. Una vez que le había recetado y tranquilizado, le recomendó que no se le ocurriera beber ni una copa más de vino. Si no quería pasar por el quirófano. Todavía recuerdo las palabras de mi padre: "Jamás volveré a probarlo".Y así fue...

Don Juan, que así se llamaba el médico de cabecera, me pidió que le acompañara hasta la puerta, mientras le indicaba a mi madre con la mirada que se quedara donde estaba. Bajamos las escaleras del piso, salimos al patio y cuando llegamos a la casapuerta, el médico me puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, mientras sujetaba el maletín con la izquierda, y me habló así: "Dile a tu padre que lo quieres, muchas veces; tantas como puedas. Se dio media vuelta y allá que se perdió andando por la calle Federico Rubio hacia su casa, que estaba en la calle Nevería.




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