Es educado, agradable. simpático, moderado, prudente, aparentemente agradecido, demuestra una habilidad notable en el manejo de la ambigüedad: para no dar a nadie cobijo definitivo en su pensamiento y acción. Es consciente, además, que en la vida no se logran las aspiraciones empleándose en línea recta. Tiene cara de buena persona y vende muy bien lo que sabe.
La gente que le profesa afecto y admiración quedaría desencantada si lo viese gritando como un poseso, con los papeles cambiados, cuando se produce un escándalo como el que se ha suscitado con las viviendas de Loma Colmenar. Esa gente es, sin duda, una mayoría de ceutíes que ha aceptado a su alcalde por creer a pie juntillas que está revestido de incuestionables valores. Semejante crédito popular ha sido un muro contra el cual se han ido estrellando sus adversarios políticos.
Juan Vivas ha venido practicando de forma virtuosa, hasta hace nada y menos, la política-espectáculo que consiste en estar en todos los sitios donde hay cámaras. Es listo; pero, en en ocasiones, sigue pecando de adornarse demasiado en las faenas hasta llegar a ser cargante. Ese exceso de barroquismo no le beneficia. También debió, en ciertos momentos, disimular sus ambiciones. Lo cual es un grave hándicap en esta España donde el vicio sólo triunfa si se disfraza de virtud.
Alguien me dijo una vez que Juan Vivas es lo más parecido a un monje budista, cuando saluda inclinándose hacia adelante, y esbozando una sonrisa. Sonreír es muestra de dulzura, respondí yo entonces... Pero mi interlocutor no dudó en responderme que también lo era de ambigüedad, de incomodidad, y a veces de auténtica perfidia. Mi hablante, conviene decirlo cuanto antes, nunca ha sentido por Vivas el más mínimo aprecio. Y dejó entrever, cómo no, mucho de envidia hacia él.
No cabe la menor duda de que las grandes pasiones del mundo no son la gloria, la piedad... quizá el odio mismo; no, no, es la envidia. Juan Vivas, naturalmente, es el hombre más envidiado de Ceuta porque lleva 14 años siendo su alcalde y tomando decisiones importantes e imponiendo sus criterios en todos los sentidos. Y, naturalmente, los envidiosos y los disconformes, con más o menos razones, lo van soportando cada vez menos. En suma: desgaste del poder.
No obstante, paseando la calle y hablando con los ciudadanos, he llegado a la conclusión de que la gente está dejando de apreciar a nuestro alcalde por algo que uno no se ha cansado de propalar: por su mucha dependencia de Juan Luis Aróstegui. Subordinación que, políticamente, nunca le ha beneficiado. Y mucho menos cuando en estos momentos está sometido a su voluntad. Triste sino en el tramo final de un buen dirigente. Habrá que ver si es capaz de salir airoso de la encrucijada. Es lo que uno desea por el bien de la ciudad.
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