Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Mirando hacia atrás

Abárzuza y Oliva (Fernando). Almirante. Director del Colegio de Huérfanos de la Armada. Conocido también como el Colegio de Nuestra Señora del Carmen, situado en la calle Arturo Soria, 287, en la Ciudad Lineal. En octubre de 1961, el teniente coronel Ollero me llamó a su despacho en el Ministerio de Marina, y me dijo que había sido designado para ir con Paquito (chófer de una furgoneta naval) al Hospital de la Marina, en la población de Los Molinos, dos veces a la semana.

Era un hospital donde se trataban las dolencias de los veteranos militares, relacionadas con enfermedades pulmonares y cardiovasculares. El motivo era llevarle periódicos y revistas a don Fernando -hermano del Ministro de Marina- y, de paso, charlar con él de cuanto fuera necesario. En Los Molinos, incluso en otoño, hacía muchísimo frío.

Nada más enterarme de mi nuevo cometido, le pregunté a Paquito, que tenía ya sus años y que llevaba la tira de tiempo trabajando en el ministerio, por cómo era el almirante, para no presentarme ante él carente de conocimientos sobre sus gustos y, por supuesto, si era verdad que su estancia en el hospital le había agriado el carácter hasta el punto de que se enojaba por nada y menos.

Paquito, encargado hasta entonces de llevarle tanto los periódicos como cualquier otro encargo hecho por el almirante, me dijo que hablar con don Fernando Abárzuza y Oliva no me iba a resultar tarea fácil. Pero que haría bien en no preocuparme por sus salidas de tono. Aunque a renglón seguido se expresó así: "A lo mejor le caes tú bien, porque labia no te falta, y en vez de venir dos veces a Los Molinos, acabamos viniendo algunas más". Así que decidí tomarme el asunto con calma y mostrar serenidad ante el almirante.

En principio, debo decir que el hospital tenía un aspecto lóbrego. Había algo en el edificio que me producía repelús. La monja que salió a nuestro encuentro no dudó en ponernos al tanto de que don Fernando tenía aquel día, para no cambiar, un humor de perros. Y que no dejaba de criticarlas por cualquier nimiedad. Y allá que se despidió mí, dejándome en manos del chófer. Pues éste se sabía de memoria cómo llegar a la habitación del almirante en el tercer piso.

-¿De dónde eres tú? -me preguntó el almirante nada más verme.

-De El Puerto de Santa María.

-No se puede nacer en un  pueblo más bonito -respondió el almirante-. Yo he ido muchas veces a El Puerto. Y tengo muy buenas amistades allí. Tomás Osborne es una de ellas. Ah, mi padre, que fue un gran pintor, vivió los últimos años de su vida en Puerto Real. ¿Me puedes decir en qué trabajas tú?...

-Soy futbolista profesional.

-Pues debes saber que yo fui directivo del Betis y alcalde de Cádiz, antes de la tragedia de 1947.  A propósito: ¿sigue el Madrid el primero en la Liga?

-Sí, mi almirante; el Madrid es el primero, seguido por el Barcelona, Atlético de Madrid y Real Zaragoza.

-¿A qué no sabes cómo me llaman a mí los alumnos del Colegio de Huérfanos?

-No,  mi almirante.

-Me llaman el Sheriff. Porque siempre llevo prendida en el pecho la Cruz Laureada que me concedieron.

Don Fernando empezó a ponerse nervioso, de pronto y sin venir a cuento, y acusó a las monjas de tratarlo con la punta del pie.

Fueron muchas las visitas que hice a Los Molinos y muchas las conversaciones que mantuve con don Fernando Abárzuza y Oliva, a quien le debí caer bien. El almirante murió en enero de 1962. Yo asistí a los honores que se le rindieron en el Colegio de Huérfanos de la Armada. Y lloré su muerte a los sones de Soldadito español.






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