Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 20 de octubre de 2015

Cuando Jesús Gil desembarcó en Ceuta

Nunca logro librarme de mi resfriado otoñal. Así que llevo varios días sin pisar la calle. Miento: hoy he caminado durante una hora por sentirme mejor. Aunque luego me he enclaustrado para evitar una recaída. Y como es martes, día en que suelo acudir a tomar el aperitivo con los conocidos de costumbre, uno de ellos me ha echado de menos y no ha dudado en llamarme por teléfono. Y nos hemos pasado un rato dándole a la sinhueso. Y, claro, tanta cháchara me tenía que valer de algo. Y ese algo se debe a que mi conocido -tengo la certeza de que se enfadará por no llamarle amigo- se le ocurrió, vaya usted a saber el porqué, contarme no sé qué cuestión relacionada con el GIL (Grupo Independiente Liberal). Y he dicho para mí: ya me ha ha facilitado el tema del día.

Aquel verano de 1999, cuando Jesús Gil desembarcó en Ceuta, la gente lo aclamó como si fuera el hombre más grande que hubiera dado España en un siglo que estaba ya casi en su tramo final. Enfervorizada, la multitud gritaba lemas que aún resuenan en mis oídos. No faltaron intentos de pasear a don Jesús a hombros por toda la ciudad. La cual era un hervidero de pasión política. ¡Don Jesús es nuestro hombre!... Se oía una y otra vez. Los gritos salían de gargantas de todas las edades, clase y condición social.

Y a mí, por recomendar calma en mis escritos para no equivocarse en las urnas, me cabe recordar cómo paseando por la calle me topé con varios militantes gilistas que me juraron odio eterno y venganza laboral. Todavía me parece estar oyendo las palabras que me dedicaron, con los caretos desencajados, a la altura de la Cafetería La Campana. "¡Te vamos a echar de Ceuta!".

Y me dio por reírme con esa risa cachonda que me suelen producir las amenazas de insensatos dispuestos siempre a meter la mano en... cuanto se descuida cualquier cajero. Cierto es que pronto se les fastidió el invento y empezaron los gilistas a perder fuelle. Y algunos acabaron siendo más desgraciados que el postiguillo de San Rafael de Córdoba. Unos, sin embargo, se arrimaron al Partido Popular y consiguieron salvar el empleo a cambio de quedar retratados... Otros hicieron carrera política con los populares. Y éstos no se cortan lo más mínimo, cuando procede, en airear que ellos son del PP de toda la vida. Menudos jetas...

Cuando yo accedía a nuestro alcalde, se me ocurrió preguntarle un día por las razones que tenía para darles cobijo a tantas personas procedentes del GIL, y nuestro alcalde fue tan claro como rotundo: "Yo no tengo ningún problema en atraerme a los mejores" -me respondió-. Lo que no me dijo es que los mejores eran muchos. Muchísimos. No hace falta nada más que mirar en los sitios en los que hay que mirar.

Debo decir, cuanto antes, que yo no pertenezco a ningún partido organizado, ni defiendo apasionadamente ninguna idea política. Eso sí, por el hecho de ser demócrata me permito el lujo de no votar por alguien, sino que siempre voto en contra. Aquel verano de 1999, cuando las urnas se iban llenando de votos de los gilistas, el mío se lo di a Jesús Fortes. O sea, que voté al Partido Popular. Ese partido, cuyos dirigentes locales, inclusive los ex gilistas, dieron un día en la manía de motejarme de anarquista. Ilusos. Lo cual no quita que uno nunca haya tenido idolatría por el Estado. Por tanto, los que no somos ni de izquierdas ni de derechas, estamos ya un poco hartos.





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