Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Mirando hacia atrás

Escribir de Barcelona, aunque sea de la de los años setenta y parte de los ochenta, es exponerme a que el Quim Sarria me enmiende la plana, porque él se sabe de memoria la vida de una ciudad que daba gusto frecuentarla. Espero, pues, no merecer ninguna reprimenda del hombre que un día decidió abandonar su tierra -Ceuta- para crecer profesionalmente en otra que, entonces, ofrecía oportunidades en todos los aspectos.

Aquella Barcelona, al principiar el decenio de los setenta, fue la que a mí me tocó visitar en bastantes ocasiones. Ya que  fueron muchos fines de semana, durante varios años, los que pasé en ella, casi siempre alojado en el vetusto Hotel Oriente, en plena Rambla. Establecimiento en el cual me sentí siempre muy bien tratado por sus empleados, dada la amistad surgida durante mis constantes hospedajes.

En el patio del Hotel Oriente, grande y preferido por los barceloneses para celebrar sus fiestas vecinales y todo tipo de acontecimientos, tuve la suerte de conocer a personas destacadas del mundo del fútbol y que, en cuanto se enteraban de mi llegada, decidían montar una tertulia que se nos hacía muy corta. Las organizaba Juan Pareja; agente comercial de profesión y también ligado a operaciones relacionadas con el fútbol. De ahí sus extraordinarias relaciones con figuras de la talla de Gustavo Biosca, Juan Segarra, Chus Pereda, Domingo Balmanya, y otros muchos.

En el Hotel Oriente conocí a Abel Matutes. Me lo presentó Juan Gallego; paisano mío y compañero de colegio que se había abierto camino, y muy bien por cierto, en una Ibiza donde Matute relucía ya más que el sol. Pero, al margen de mis relaciones sociales, lo que a mí me chiflaba de Barcelona era pasear por la Rambla con el fin de empaparme del ambiente. de los quioscos de prensa, flores y aves, actores callejeros, cafeterías, restaurantes y comercios.

Sin embargo,  nunca me dio por entrar en la sala de fiesta "El Cordobés", estando tan cerca del Hotel Oriente. Y es que a mí me apetecía más cruzar la calle y adentrarme en "Los Caracoles". Me encantaba acceder al comedor por la puerta de entrada a los fogones. Y qué decir de las noches de ópera o ballet... Allá que me apostaba en los alrededores del Liceo para deleitarme con la presencia de señoras que se metían por los ojos.

No obstante, amén de lo referido, mis estancias en la Ciudad Condal me permitían disfrutar de algo singular: de un mercado que nada tenía que ver con ningún otro mercado de España, en aquel tiempo. Acostumbrado a ver las llamadas plazas provinciales de abastos o los mercados enormes, semejantes al de Legazpi en Madrid, el Mercado de la Boquería me parecía un centro comercial digno de encomio.

En aquel recinto todo era higiene. Olía a limpio y frescura. Y destacaban vendedores que vestían prendas inmaculadas. Y qué decir de las vendedoras: coquetas, con sus pregones atractivos y sus guiños sensuales. Barcelona, la culta y adelantada en Europa, entendió pronto que un Mercado de Abastos debe ser un lugar de recreo para la vista y un deleite para el olfato.

Ah, en ese hotel, es decir, en el Oriente, Manolo Escobar actuaba a veces, y yo lo he visto españolear de lo lindo.

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