Es la máxima aspiración de cualquier entrenador que figure entre los más destacados de la profesión en el momento oportuno. Salvo raras excepciones -como ocurrió con López Caro, por mencionar uno que nunca sacó pecho por acceder a tan alto cargo-, los elegidos suelen disfrutar de una magnífica posición económica y algunos son ricos como Creso. Y, por si fuera poco, gozan de prestigio suficiente para seguir trabajando en cuanto el Madrid les dé la boleta. Así que no entiendo, por más que me estruje las meninges, cómo es posible que, casi todos ellos, cedan a las imposiciones internas y acaben de hinojos.
Rafa Benítez llegó al Madrid tras haber dirigido a grandes equipos. Ganador de títulos con el Valencia, Liverpool y Chelsea, manejó también plantillas como las del Inter y Nápoles, entre otras. Tampoco conviene desdeñar que su formación como entrenador comenzó desde abajo. Así que no es extraño que se haya distinguido siempre por ser metódico en su trabajo y convencido de que si los jugadores se sacrifican en su justa medida y encima son talentosos, los éxitos se van sucediendo casi sin solución de continuidad.
La llegada de Benítez al Madrid coincidió con los últimos estertores del 'caso Casillas'. Y a él le tocó certificar la salida del idolatrado portero que 'tanto nos ha dado' y también dar el visto bueno al trueque entre David de Gea y Keylor Navas. Es decir, que hizo de Pilatos. Menos mal que la operación se malogró por circunstancias aún no debidamente aclaradas. Aunque a partir de ese momento, Benítez se ganó la inquina de los amigos de 'El Santo' e hizo creer a sus futbolistas que el entrenador jamás se atrevería a llevarle la contraria a Florentino Pérez.
Conjetura aprovechada por Sergio Ramos -capitán del equipo más laureado del mundo y autor de un gol que le ha hecho creerse que tiene la misma fuerza que tenía Sansón en el pelo- para ir horadando la labor de su entrenador con el fin de procurar su despido con hablillas televisadas que evidenciaban desprecio no sólo por las decisiones técnicas tomadas, sino también por sus declaraciones. El enfrentamiento con Ramos fue el principio del fin de Benítez.
Pero a Benítez, además, le ha pasado lo mismo que al asno de Buridan -fábula que todos ustedes conocen sobradamente-. Que se lo han comido sus muchas indecisiones a la hora de hacer las alineaciones. Y hasta daba la impresión de que no se atrevía a quitar a las estrellas aunque éstas mostraran escaso o nulo interés a la hora de sacrificarse en defensa. Y a su destitución, dolorosa siempre para cualquier entrenador, hay que sumarle algo peor: haber sido despedido con las ideas de otro. Posiblemente del mismo que le impuso la titularidad de Ramos en Mestalla, pese al mal momento de forma que atraviesa. Ramos: ¡cuidado con él!
Cuidado con él habrá de tener Zidane. A quien le corresponde demostrar que el Madrid puede jugar con Bale, Cristiano y Benzema y un medio campo compuesto por artistas del pase corto y horizontal, el regate de más, las conducciones por sistema y arabescos de todo tipo. Y, aun así, hacer posible que el fútbol del Madrid sea perpendicular y vertiginoso, para que le permita alcanzar el área contraria en un amén y con la eficacia correspondiente. Mi admiración por Zidane es verdadera. Pero no sé si será capaz de hacer que el agua se convierta en vino. Ahora bien, si lo consigue habrá que creer a Florentino Pérez cuando dice que nada hay imposible para el entrenador francés.
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