Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 22 de enero de 2016

Hasta los artistas se caen en la calle

Cuando alguien se cae, lo probable y acostumbrado es que el espectador lo entienda como motivo de sano regocijo, mucho más si se trata de una vecino grande y poderoso o de una señora que, tras el leñazo, nos enseña las enaguas mientras golpea sus carnes y siembra el suelo con las cien dispersas tripas del bolso, la costumbre es la costumbre. Luego vienen  las inevitables ayudas a la fuerza, como si nadie pudiera levantarse sin ellas y los gestos no menos forzados de conmiseración. Todo eso es una ingenua farsa que no puede justificar el interés de nadie y mucho menos de los mirones profesionales.

Semejante definición de lo que acontece tras una caída no sé si pertenece a Mesoneros Romano o a Camilo José Cela, pero el caso es que sigue estando de actualidad. Mucho más en Ceuta: donde las caídas de los viandantes están a la orden del día. En esta ciudad, pocas personas hay que no se hayan resbalado y dado con sus huesos en el duro asfalto. Casi siempre, eso sí, porque el piso, en cuanto llueve, es lo más parecido a una pista de patinaje. Quien escribe ha pasado dos veces por el trago amargo de deslizarse pensando que se iba a partir en dos. Con tan buena fortuna de haber logrado caer hacia adelante en una ocasión y hacia atrás en otra. Con la suerte de que mis nalgas me sirvieron de colchón muelle.

Yo, que soy andariego por necesidad y vocación y conociendo que  las calles de la ciudad, llovidas o húmedas, son calcadas a una estación de esquí, tomo todas las precauciones posibles y aun así hago el recorrido acollonado. A veces, créanme, me da por abandonar la acera exponiéndome a que un coche me lleve por delante en el firme correspondiente a los vehículos. Y es que todavía me acuerdo del último jardazo que me pegué en la mismísima puerta del Mercado Central de Abastos. Fue horrible. ¡Qué miedo! Y sobre todo qué espectáculo se montó con mi resbalón. Hubo comentarios para todos los gustos. Mientras yo era consciente, tras palparme todo mi cuerpo, que me había hecho polvo una rodilla. Y así fue.

Desde entonces, a mí me me dio por comprar las mejores zapatillas deportivas para combatir los resbalones, pero ¡que si quiere arroz, Catalina! El resultado es que me sigue pudiendo la jindama y puedo asegurar que el miedo me ha hecho cambiar hasta los andares. En realidad, según me dicen quienes me conocen, ando como un pato. Pero todo sea por no ir otra vez al suelo. Al suelo fue un cuñado mío, a quien tengo por hermano, y se hizo trizas una rótula. Fue muy bien operado y pasó el quirinal para recuperarse con éxito. Y es que, conviene decirlo cuanto antes, son  tantas las fracturas debidas a las caídas en las calles que han logrado que tengamos profesionales especializados en tales accidentes.

Pues bien, me dicen, cuando estoy a punto de acabar este escrito, que Paco León, artista de los pinceles y vecino mío, se ha pegado una gran costalada por mor de un resbalón, que lo ha dejado tan maltrecho como asustado. Y es que en esta ciudad, caerse se ha convertido en algo habitual. Esperemos que nadie pierda la vida por ello. Y es que en cualquier calle, en cuanto te descuidas, te ves por el aire volando y temiéndote lo peor. Que te mejores, Paco.







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