En esta ciudad pequeña, aunque con problemas de urbe desmesurada, en la que se habla continuamente en plaza pública, todo se magnífica, todo se infla, todo termina por hincharse hasta extremos insospechados. Hipertrofia, sin duda, que exige gran vitalidad para seguirle el paso a cualquier escándalo social que salga a relucir.
Es lo
que viene ocurriendo desde hace unos días en esta Ceuta tomada por el viento de
levante, siempre tan molesto cual capaz de trastornar la cabeza de quienes ya
la tienen embotada de mentiras. Problema
que padecen los cobardes, porque no se atreven a afrontar la verdad.
La verdad es que las peores puñaladas las dan los amigos. O los que se presentan como amigos. En la política no hay amigos. A partir de ahí cabe decir cuanto antes algo que no necesita demostración: “Lo poco que te quiere la gente cuando las cosas te van mal”.
Cualquier investigado por cualquier delito, se percata inmediatamente de cómo se le retira el saludo, acto que llega acompañado de la condena civil, el ostracismo y el envío al lazareto. Terrible situación y quien la padece, tras tocar fondo, debe principiar a levantarse cuanto antes con brío suficiente para no perder la costumbre de vivir.
La pusilanimidad no es la mejor consejera. La cobardía era para Dante un pecado tan desdeñable que decidió colocar a sus reos en un rincón aparte del infierno, aislados incluso de los demás condenados, de los que el poeta respetaba al menos el haber ejercido sin cobardía su libre albedrío.
Ante la situación reinante ahora mismo en la ciudad, recuerdo una frase que me acompaña siempre. La puso de moda Carlos Solchaga, ministro del Gobierno socialista entre 1985-1993. “España es el país del mundo donde más rápido se puede hacer uno rico”. Sentencia que innumerables españoles asumieron con verdadero gozo y no dudaron, quienes pudieron, en entregarse al saqueo del Estado.
Eso sí, corrían buenos tiempos y dado que los componentes de la clase media vivían decentemente, si alguien osaba criticar a los políticos, por comportamientos improcedentes, la primera respuesta que recibía era la siguiente: “Tontos serían si no se aprovecharan del cargo para enriquecerse. Y si tú no lo haces es porque no puedes…”. Y daban la conversación por zanjada.
Debido a la crisis económica, tan severa como injusta y que dejó a la clase media empobrecida y a los pobres mendigando un plato de sopa en los centros de Cáritas, la situación cambió radicalmente. Y, desde entonces, cuando algún político o cualquier cargo público cae en desgracia ha de hacerse a la idea de que será castigado con la pena de sambenito por quienes antes estuvieron celebrando su modo de vida… Yo, sin embargo, siempre he criticado las malas acciones; pero jamás me he ensañado con el vencido. ¡Ay de ellos!
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