Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 5 de marzo de 2017

Recuerdos futbolísticos



Siempre que veo partidos televisados de la S.D. Éibar en su campo hay recuerdos futbolísticos que están alojados en la alacena de mi memoria, luchando denodadamente por salir a la palestra. Ellos pertenecen a la temporada 64-65. En diciembre de esa temporada se enfrentaron el Zaragoza de los Cinco Magníficos y el Atlético de Madrid en el estadio de la Romareda. Cortizo, defensa zaragozano, entró duramente a Enrique Collar y éste sufrió fractura de tibia y peroné. Al lateral del equipo maño le impusieron un castigo ejemplar: 24 partidos de suspensión.

Yo jugaba en el C.D. Talavera; equipo revelación entonces en su grupo, situado por encima de los favoritos: Toledo, Rayo Vallecano y Plus Ultra. Al frente del equipo toledano estaba Luis Elices Cuevas, extraordinaria persona y un magnífico entrenador. De los más adelantados de su época. Fue entonces cuando Manuel Olivares, El Negro Olivares de sobrenombre, que lo había sido todo en el fútbol, vino a verme para decirme que lo tenía todo arreglado para que yo cubriera la baja de Cortizo. Incluso me contó que Roque Olsen, entrenador de los aragoneses a la sazón, había dado el visto bueno a mi contratación.

Ni que decir tiene que yo viví unos momentos entre nubes de algodón. Pero pronto hube de bajarme de ellas ante el chasco que me llevé cuando El Negro Olivares me comunico lo siguiente: Roque Olsen ha decidido fichar a José Ramon Irusquieta, defensa procedente del Indauchu. Que no es mejor que tú, pero… En fin, que a partir de ese momento no tuve más remedio que levantarme cada mañana con un único objetivo: impedir que el desánimo hiciera mella en mí, perdiendo así mi condición de jugador destacado en mi equipo. Por cierto, con Roque Olsen hablé una noche que coincidimos al cabo de los años en El Rey Chico de Algeciras y me dijo que él no había intervenido en la contratación del jugador vasco. ¡Vaya usted a saber!

Esa temporada nos tocó jugar la promoción de ascenso con el Éibar. Donde militaba ya un tal Gárate. Éste, a sus veintiún años, era ya un futbolista fuera de serie. Tal es así que él, en una tarde de calor insoportable en Talavera, dio todo un curso de juego y hasta  marcó el tanto de la victoria del equipo azulgrana. En el partido de vuelta en Ipurúa, regado el terreno de juego hasta quedar convertido en un barrizal, Eulogio Gárate nos armó un taco. El Huesca fue la siguiente víctima del equipo armero y el Cádiz no la diñó porque los árbitros de turno acudieron en su ayuda.

Aquellas dos decepciones tan grandes y tan seguidas –no jugar en Primera División y en un equipo como aquel Zaragoza, amén de perder un ascenso en el cual confiábamos ciegamente, influyeron decisivamente en mi estado de ánimo. Así que abandoné el fútbol profesional, poco tiempo después, y me hice entrenador cuando aún tenía fuerzas y recursos suficientes para seguir jugando. Tal  vez por eso fui tachado muy pronto de ser intransigente con los jugadores perezosos o con quienes carecían de disciplina.

Ayer sábado, mientras el Madrid daba en Éibar una lección de cómo se juega en bloque, mentiría si no dijera que los recuerdos de aquella temporada 64-65 no afloraron en tropel. Y he decido contarlos. Y sobre todo decir, una vez más, que yo tuve la suerte de poder gritar en su día y a voz en cuello que Gárate jugaba ya al fútbol como los ángeles. Si es que éstos juegan al fútbol. Y así lo divulgué por toda España. Y los hubo que me criticaron por exagerado. El tiempo me dio la razón.

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