Libertad
es la palabra que yo más he oído desde que tuve uso de razón. Así que muy pronto decidí empaparme sobre qué decían los grandes
pensadores al respecto. Unos opinaban
que, dado que los hombres eran más malos que buenos, convenía limitar su libertad
por parte de las autoridades. Otros, en
cambio, pensaban lo contrario y aconsejaban que se les concediera mayor espacio
de libertad. Y, desde luego, estaban quienes admitían que para vivir en sociedad
son necesarias las reglas. El debate continúa.
El
fútbol es, además de un modo de vida, un
deporte de conjunto. Y los componentes
del equipo forman una sociedad cuya
misión primordial es cumplir con las reglas impuestas por el entrenador en cada
demarcación. Cierto es que en todo
equipo hay futbolistas capaces de cambiar el sino de los partidos y cuentan con
más libertad de acción que sus compañeros. Siempre y cuando su imaginación produzca beneficios insuperables. No
hace falta dar nombres. De no ser así, cada cual debe hacer lo que mejor sabe y
dejarse de improvisaciones y excentricidades.
El
Madrid fue ayer víctima, una vez más, de la anarquía de Marcelo. A quien las
alabanzas constantes -por parte de comentaristas y glosadores exquisitos- lo han convertido en un defensa
anárquico y por tanto ha hecho del caos futbolístico su forma de proceder en
todo momento. A lo mejor es que alguien le ha susurrado al oído que verle jugar
así es el mejor síntoma de libertad.
Vaya usted a saber. El hecho es que el Madrid acabó ayer pagando un precio muy
alto por estar convencido el brasileño de que la libertad es un sentido positivo
del riesgo.
Un
amigo, exjugador de fútbol, me llamó nada más terminar el partido, como
suele hacer cada dos por tres, y me dijo lo siguiente: “Mira, Manolo, el mayor culpable de ese gol marcado por el Barcelona,
cuando se jugaban los últimos segundos, es el entrenador del Madrid. El cual, aun sabiendo
que el empate era oro de ley, permitió que su equipo se dejara arrastrar por el
desordenado Marcelo. Quien, como
es habitual en él, quiso ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y… Cuando lo
primero que debió recomendar ZZ era la unión
entre líneas y... fin de la cita".
Y,
claro, no tuve más remedio que darle la razón a mi amigo. El caso es que Zidane
parece estar más preocupado por estar a bien con todos los jugadores, manera de proceder con la que nunca se logra el objetivo propuesto, que con tomar
decisiones en el banquillo, adecuadas a
las circunstancias exigidas por el resultado o por el juego. Lo ocurrido ayer
por la noche en el Bernabéu es una muestra más de que las muchas virtudes que
tenga ZZ, que las debe tener, quedan eclipsadas con esos apagones de lucidez en
momentos claves.
Uno es
consciente, por ser perito en la materia, de que tomar decisiones en momentos
cruciales del partido nunca fue tarea fácil.
De ningún modo. Pero esa es la mayor cualidad que cabe atribuirle a un técnico.
Lo demás consiste en prestar las atenciones debidas a los problemas de los
jugadores y sobre todo saber lidiar sus egos. Lo que me extraña es que el grave error de Zidane -por no dar las
órdenes oportunas para que no se produjera la jugada que ha puesto al Madrid entre las
cuerdas y ha hecho resucitar al Barca- no fuera percibido por sus ayudantes.
Que son varios. En otras épocas, en mi época, tal vez porque los entrenadores
estábamos acostumbrados a estar solos ante el peligro, éramos más avispados.
Pero mucho más.
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