Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 9 de abril de 2017

Comentarios futbolísticos


El cambio. Corría el minuto 75 y al entrenador del Madrid se le ocurrió sustituir  a Kroos por Isco. Y yo, que tengo una tensión considerada ideal –máxima sistólica 116 y mínima diastólica 77, con tendencia a la baja en ocasiones-, noté todos los síntomas de una subida arterial tan preocupante como molesta, debido a mi ser madridista fetén. Los trastornos ocasionados por la metedura de pata de Zidane se acrecentaron aún más cuando Simeone decidió quitar a Torres para  colocar a Thomas por el lado de Marcelo e Isco. Para que el futbolista ghanés impusiera su velocidad por ese costado, enlazando con Correa y Griezmann.  A partir de ese momento fui esclavo de un estado emocional, repleto de canguelo, por estar convencido de que el Atlético podía incluso ganar un partido que había tenido perdido durante muchos minutos. Por merecimientos del equipo local. Cuando empató Griezmann, ni que decir tiene que pensé lo siguiente: el entrenador del Madrid ha metido la pata hasta el corvejón aunque hable varios idiomas y haya sido un futbolista tan extraordinario como exquisito. Y es que ese cambio no se le hubiera ocurrido ni siquiera a un tonto con balcón a la calle.

Isco. Dijo Zidane en la sala de prensa que la salida  al césped del jugador malagueño fue para defender mejor por el lado izquierdo. Y con sus declaraciones agravó aún más su error. De hecho, Simeone lo había visto con tanta rapidez como para recurrir a Thomas inmediatamente. Ante la extrañeza de comentaristas y glosadores. En cambio, yo comprendí enseguida que el entrenador argentino, más listo que los ratones colorados, vio el cielo abierto. Y el miedo a la derrota de mi equipo, como ya he referido, trastocó mi organismo. Así que sentí que mi rostro ardía como una hoguera de San Juan. Isco -que podía haber sido, de haber querido, un malabarista circense- reúne condiciones para jugar muy cerca de los medios centros rivales y así enlazar con sus delanteros. Sin embargo, situarlo en una banda, y precisamente en la izquierda, haciendo uso y abuso de su regate hacia adentro, con lo cual le ofrece todas las ventajas a su marcador, me parece una herejía futbolística. Y mucho más sabiendo que por esa banda juega Marcelo; cuyo anarquismo futbolístico es conocido por todos sus rivales. En fin, si Zidane cree que esa pareja reúne cualidades suficientes para defender, me veo obligado a decir que Santa Lucía le conserve la vista al entrenador del Madrid.

Antonio Arias. Jugador a quien yo seguí sus pasos en su juventud y decidí llevarlo a varios equipos, acabó siendo un lateral cuya pierna izquierda era igual que la de James, y no digo mejor para que no me tachen de exagerado. Tenía velocidad, calidad y además  conocía el juego. Sus lanzamientos de faltas eran temibles. Hasta el  punto de que los rivales se santiguaban cuando tenía que colocarse en una barrera para tratar de obstaculizar la puntería de un futbolista que  hizo grandes temporadas en el mejor Tarrasa de Dauder y que jugó con el Almería en Primera División, siendo su entrenador Maguregui. Antonio Arias me llamó ayer, nada más terminar el partido Madrid-Atlético, para intercambiar opiniones sobre lo ocurrido en el derbi madrileño. Y lo primero que me dijo fue lo siguiente: Manolo, ¿has visto cómo el Madrid cuando se repliega a su propio campo para defender en bloque comete un error de bulto y que tú explicabas una y otra vez para que no cayésemos en semejante  disparate? ¿Cómo es posible que un equipo haga un repliegue intensivo y, sin embargo, los marcajes sean distantes?  Con lo cual  no les vale para nada acumular futbolistas cerca de su portería.  Es más, lo que hacen es facilitarle la tarea a sus rivales. Mi contestación no se hizo esperar: Antonio, amigo, hay enseñanzas que no se olvidan. Sobre todo si -una vez practicadas- son rentables.

Málaga-Barcelona. Llegó el Barcelona a la Rosaleda sabiendo ya que el Madrid había pegado un petardo de última hora frente al Atlético. Lo cual le ponía la Liga Santander en bandeja. Vamos, que un triunfo en tierra malacitana le abría a los azulgrana las puertas de la gloria del campeonato de la regularidad. Me imagino, conociendo lo que se cuece entre bastidores en esos momentos, las bromas y la rechifla generalizada a costa del equipo merengue. Vi el partido convencido de que la victoria del Barça era cosa de paciencia. Es decir, que ni siquiera el soplo de aire fresco que habían recibido los jugadores dirigidos por Michel en Gijón, días atrás, les serviría para frenar en seco al temible Barcelona: el de la hazaña frente al París Saint-Germain. Aunque bien pronto comencé a vislumbrar que las figuras del Barça no tenían su mejor día. Y era porque Messi, el rey del universo futbolístico, cada vez que ejecutaba una falta la mandaba a la Malagueta.  Que es, más o menos, como decir al cielo de la Costa del Sol. Messi tampoco expectoraba. Tal vez porque le hayan avisado que hacerlo en público, amén de no estar bien visto, puede que pronto pueda ser castigado con tarjeta como ese atarse Neymar los cordones de sus botas por sistema. Sea lo que fuere, la tristeza del ídolo argentino era evidente. Daba la impresión de que no tenía la cabeza en su sitio. Todo lo contrario a los jugadores del Málaga; quienes parecían enajenados hasta la llegada de Michel y ahora les funciona el tarro como a Sandro. El cual siempre estuvo cuerdo. Por cierto, el exjugador  azulgrana hizo diabluras con Mathiew. Por más que Luis Suárez no dejó de comerle la oreja al jugador canario, criado en las sesiones inferiores del que es más que un club.

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