El cambio. Corría
el minuto 75 y al entrenador del Madrid se le ocurrió sustituir a Kroos
por Isco. Y yo, que tengo una
tensión considerada ideal –máxima sistólica 116 y mínima diastólica 77, con
tendencia a la baja en ocasiones-, noté
todos los síntomas de una subida arterial tan preocupante como molesta, debido
a mi ser madridista fetén. Los trastornos
ocasionados por la metedura de pata de Zidane
se acrecentaron aún más cuando Simeone
decidió quitar a Torres para colocar a Thomas por el lado de Marcelo e Isco. Para que el futbolista
ghanés impusiera su velocidad por ese costado, enlazando con Correa y Griezmann. A partir de ese
momento fui esclavo de un estado emocional, repleto de canguelo, por estar
convencido de que el Atlético podía incluso ganar un partido que había tenido
perdido durante muchos minutos. Por merecimientos del equipo local. Cuando
empató Griezmann, ni que decir tiene que pensé lo siguiente: el entrenador del
Madrid ha metido la pata hasta el corvejón aunque hable varios idiomas y haya sido un futbolista tan extraordinario como exquisito. Y es que
ese cambio no se le hubiera ocurrido ni siquiera a un tonto con balcón a la
calle.
Isco. Dijo Zidane en la sala de prensa que la
salida al césped del jugador malagueño
fue para defender mejor por el lado izquierdo. Y con sus declaraciones agravó aún
más su error. De hecho, Simeone lo había visto con tanta rapidez como para
recurrir a Thomas inmediatamente. Ante
la extrañeza de comentaristas y glosadores. En cambio,
yo comprendí enseguida que el entrenador
argentino, más listo que los ratones colorados, vio el cielo abierto. Y el miedo a la derrota de mi equipo, como ya
he referido, trastocó mi organismo. Así que sentí que mi rostro ardía como una hoguera de San
Juan. Isco -que podía haber sido, de haber querido, un malabarista circense-
reúne condiciones para jugar muy cerca de los medios centros rivales y así enlazar con sus delanteros. Sin embargo, situarlo en una banda, y
precisamente en la izquierda, haciendo uso y abuso de su regate hacia adentro,
con lo cual le ofrece todas las ventajas a su marcador, me parece una herejía
futbolística. Y mucho más sabiendo que por esa banda juega Marcelo; cuyo
anarquismo futbolístico es conocido por todos sus rivales. En fin, si Zidane
cree que esa pareja reúne cualidades
suficientes para defender, me veo obligado a decir que Santa Lucía le conserve la vista al entrenador
del Madrid.
Antonio Arias. Jugador a quien yo seguí sus pasos en su juventud y decidí
llevarlo a varios equipos, acabó siendo un lateral cuya pierna izquierda era igual que la de James, y no digo mejor para que no me
tachen de exagerado. Tenía velocidad, calidad y además conocía el
juego. Sus lanzamientos de faltas eran
temibles. Hasta el punto de que los rivales se santiguaban
cuando tenía que colocarse en una barrera para tratar de obstaculizar la
puntería de un futbolista que hizo grandes
temporadas en el mejor Tarrasa de Dauder y que
jugó con el Almería en Primera División, siendo su entrenador Maguregui. Antonio Arias me llamó ayer, nada más terminar el partido
Madrid-Atlético, para intercambiar opiniones sobre lo ocurrido en el derbi
madrileño. Y lo primero que me dijo fue lo siguiente: Manolo, ¿has visto cómo el
Madrid cuando se repliega a su propio campo para defender en bloque comete un
error de bulto y que tú explicabas una y otra vez para que no cayésemos en
semejante disparate? ¿Cómo es posible
que un equipo haga un repliegue intensivo y, sin embargo, los marcajes sean
distantes? Con lo cual no les vale para nada acumular futbolistas
cerca de su portería. Es más, lo que
hacen es facilitarle la tarea a sus rivales. Mi contestación no se hizo esperar: Antonio, amigo,
hay enseñanzas que no se olvidan. Sobre todo si -una vez practicadas- son rentables.
Málaga-Barcelona. Llegó el Barcelona a la Rosaleda sabiendo ya
que el Madrid había pegado un petardo de última hora frente al Atlético. Lo
cual le ponía la Liga Santander en
bandeja. Vamos, que un triunfo en tierra malacitana le abría a los azulgrana
las puertas de la gloria del campeonato de la regularidad. Me imagino,
conociendo lo que se cuece entre bastidores en esos momentos, las bromas y la
rechifla generalizada a costa del equipo merengue. Vi el partido convencido de que la victoria
del Barça era cosa de paciencia. Es decir, que ni siquiera el soplo de aire
fresco que habían recibido los jugadores dirigidos por Michel en Gijón, días
atrás, les serviría para frenar en seco al temible Barcelona: el de la hazaña
frente al París Saint-Germain. Aunque bien pronto comencé a vislumbrar que las
figuras del Barça no tenían su mejor día. Y era porque Messi, el rey del universo futbolístico, cada vez que ejecutaba una
falta la mandaba a la Malagueta. Que es,
más o menos, como decir al cielo de la Costa del Sol. Messi tampoco expectoraba. Tal vez porque le hayan avisado que hacerlo en público,
amén de no estar bien visto, puede que pronto pueda ser castigado con tarjeta
como ese atarse Neymar los cordones de sus botas por sistema. Sea lo que fuere, la tristeza del ídolo
argentino era evidente. Daba la
impresión de que no tenía la cabeza en su sitio. Todo lo contrario a los
jugadores del Málaga; quienes parecían enajenados hasta la llegada de Michel y
ahora les funciona el tarro como a Sandro. El cual siempre estuvo cuerdo. Por
cierto, el exjugador azulgrana hizo
diabluras con Mathiew. Por más que Luis Suárez no dejó de comerle la oreja al
jugador canario, criado en las sesiones inferiores del que es más que un club.
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