Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 4 de agosto de 2017

Gaditano



En llegando el verano, y sobre todo el mes de agosto, se me aviva mi ser gaditano. Más aún si, como hoy, conversando en la playa entre amigos sale a relucir el nombre de Andrés González Ponce; defensa central que formó pareja con Miguel Bernardo Bianquetti -conocido como Migueli- en el Cádiz, a principios de los setenta. El primero fue traspasado al Madrid y el segundo al Barcelona. Y lo primero que se me ocurre decir es que Andrés estuvo de segundo entrenador conmigo durante tres temporadas y conservo de él los más gratos recuerdos.

Pero no es de mi apreciado Andrés de lo que yo deseo hablar ahora, sino de cómo fue mi relación con la capital gaditana en mi niñez. Comienza dando yo barzones por la ciudad de la mano de una tía cordobesa que veía la Tacita de Plata con ojos gozosos. De Cádiz le gustaba todo y a mí solía embeberme en el decir de sus descubrimientos. Con ella aprendí a sentirme gaditano.

Gaditano pero no gadita. Puesto que mi carácter nunca me ha permitido ejercer de castizo ni tampoco sentirme seducido por lo popular. Mi idas a Cádiz eran casi siempre viajando en el vaporcito de El Puerto. Embarcarme en uno de los Adriano suponía una alegría que me daban mis padres. Incluso cuando soplaba el levante y al llegar a la barra el barquito se movía de lo lindo. Todavía recuerdo las conversaciones que los míos mantenían con Pepe El gallego: dueño y patrón de la nave.

Tuve la suerte de ver jugar al Cádiz en el Campo de Deportes Mirandilla y también presencié corridas de toros en la plaza que fue derruida hace ya muchísimos años. Y es que los nacidos en Cádiz, muy aficionados a los toros, se negaban a verlos en una plaza donde se aseguraba que habían sido fusiladas muchas criaturas durante la Guerra Civil.   

Del Mirandilla pasé al Estadio Ramón de Carranza. Y, si no recuerdo mal, el primer partido de Liga lo jugaron el titular y el Extremadura. Ambos equipos figuraban en Segunda División. Corrían los cincuenta y yo admiraba a muchos futbolistas que jugaban en el equipo amarillo: Collar, Pilongo, Cuartango, Rubio, Liz, etcétera.

Veranear en Cádiz era sinónimo de comodidad. Los forasteros podían permitirse el lujo de prescindir del traje. Cosa, que por lo oído, no se podía hacer en San Sebastián y en otras partes de la España de entonces. Y qué decir de cuando apareció el Trofeo Ramón  de Carranza… Allí pude ver a los mejores equipos del mundo. Se me viene a la memoria la noche en que Garrincha tuvo a Sanchís –padre- entre las cuerdas durante quince minutos más o menos. Hasta que el jugador del Madrid, todo raza y velocidad, le tomó la medida y dejó al brasileño sin fuelle y sin balón.

Los trofeos eran una fiesta y los gaditanos tuvieron la oportunidad de darse a conocer como son: alegres, divertidos, ingeniosos y convencidos de que en Cái hay que mamar. Lo que traducido podría ser más o menos lo que sigue: aquí hay arte para dar y tomar. Hipérbole. Pero están en su perfecto derecho de ser exagerados. De la misma manera que vascos y catalanes presumen de sus… cosas sin caer en la cuenta de que la fundación de Cádiz por los colonos fenicios fue una noticia que sirvió para que se principiara ya a hablar de una historia de España.

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