Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 19 de septiembre de 2017

Beatriz

Yo conocí a Beatriz en la playa de El Chorrillo y me tomé la libertad de escribir sobre ella el mes pasado. Dije que proyectaba cierto tipo de "cruda sensualidad" con su expresión corporal. Vamos que era mujer con un gran atractivo sexual. Luego comprobé que además de hablar bien decía cosas muy interesantes. Beatriz me puso al tanto de una mala relación que estaba a punto de hacerla perder el tino.

Beatriz hace ya varios días que regresó a Salamanca, su tierra. Y hoy me ha llamado por teléfono para decirme que sintió mucho no haberse despedido de mí. Y además de quitarle importancia al hecho, porque no la tiene, le pregunto si le han sentado bien sus vacaciones en Ceuta. Y me responde que se lo ha pasado de... bueno, te lo puedes imaginar. Lamenta, eso sí, no haber podido conversar conmigo en la medida deseada por ella.

En fin, Beatriz, que las semanas pasadas en esta tierra te han vivificado. De modo que el decaimiento con que llegaste ha pasado a mejor vida. Ahora bien, ¿podrías decirme cuál ha sido la terapia seguida para lograr semejanter revitalización en tan poco tiempo? Porque no creo que hayas encontrado al hombre o a la mujer de tu vida en un abrir y cerrar de ojos.

En principio, Manolo, debo decirte que Ceuta me ha causado una magnífica impresión. Me ha encantado recorrer sus calles, limpias como una patena, empapándome de su ambiente que va cambiando acorde con las horas. Pero creo necesario contarte algo extraordinario. El día antes de regresar a mi tierra estuve desayunando en una cafetería. La cual cuenta con empleadas muy atractivas. Menos una. Ésta no era fea. Puesto que no hay mujeres feas. La menos favorecida, como suele suceder, trataba por todos los medios de destacar entre sus compañeras. Echando mano de la ordinariez. Esto es, con grosería.

Pronto me di cuenta de que el motivo de su comportamiento era debido a que había un tipo joven que me miraba insistentemente y decidí, y no me preguntes por qué, no rehuirle la mirada. Incluso acabé mirándolo de arriba abajo con la incitación propia del momento. Es más, no dudé en sacar mi lengua para lamer mis labios. Y hasta crucé las piernas como mandan los cánones.

Yo notaba que la camarera ya reseñada, seguía pronunciándose con chabacanería y que sus ojos, que eran lo mejor de su cuerpo, parecían dos puñales dispuestos a herirme. Pero no sabía el porqué. Así que decidí abonar la consumición y emprender el camino hacia el hotel. Cerca ya de la plaza de África me di cuenta de que el hombre que me comía con la mirada en la cafetería me seguía como un perrito faldero. Y con dos palabras lo acogí en mi seno.

¿Y?

Pues que acerté plenamente. De verdad, Manolo, yo nunca he visto en la cama nada igual. El trabajo de ese hombre por abajo, en el talle y en los pechos, yo no sé qué arte se daba que era como si el desahogo no fuera un momento sino un cuarto de hora o media hora, con un sufrimiento entreverado y maravilloso, pero de los que te hacen gritar a voz en cuello. Y ahora viene lo mejor...: tan buen amante resultó ser el novio de la camarera ordinaria.

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