Llamo a Beatriz, con la que coincidí este verano en la playa de El Chorrillo, porque necesito charlar con alguien que tenga tan en su punto el cacumen para no caer en la tentación de ponerme otra vez a desbarrar contra la clase política y especialmente contra esa panda de catalanes independentistas que se dan golpes de pecho en el monumento de Luis Companys a fin de seguir medrando y sembrando la cizaña en toda España.
Beatriz responde a media vuelta de manivela y me saca de dudas acerca de lo que la salmantina piensa sobre cuanto viene aconteciendo en Cataluña. "Mira, Manolo, cada vez que veo en la televisión imágenes de Oriol Junqueras me acuerdo de Thersites; ese personaje de La Ilíada caracterizado por su fealdad y su crueldad. Da asquito verlo cuando camina con la panza, diez metros por delante de él. Y, desde luego, su mirada, por más que hago todo lo posible por contenerme, me produce un malestar inexplicable".
Beatriz, ¿cambiamos de tercio si tú a bien lo tienes?
-Claro que sí. Porque además tengo que contarte algo de lo que se habló en una comida entre amigas, celebrada el martes pasado, y de la que formo parte. Y, como bien te dije en agosto, salen a relucir todos los secretos del tálamo. Y no me digas que tratamos de imitar a las féminas de Sexo en Nueva York. Puesto que entre nosotras reina más la verdad que cualquier tipo de romanticismo
Soy todo oído, querida salmantina.
-Verás, Manolo, el grupo está compuesto por cinco mujeres. Cuatro somos treintañeras. Y una aún anda en los veintitantos. Es una muchacha sencilla, sin coquetería, y de carácter apacible. Candelaria, que así se llama, es también la más reacia a contar cuestiones relacionadas con el sexo. A pesar de que los hombres la suelen mirar de manera que a todas nos fastidia en extremo. Hasta el punto de preguntarnos ¡qué coño tendrá ésta que no tengamos nosotras!
La pausa que hace Beatriz, cuando toda mi atención está centrada en su relato, se me antoja eterna. Y trato de meterle prisa. Y yo me la imagino gozando por sostenerme en vilo. Lo cual forma parte del arte del saber contar las cosas.
Te explico, Manolo. Candelaria, cuando la charla de la sobremesa estaba ya declinando, abrió la boca para decirnos que tenía que contarnos algo que le había ocurrido la semana anterior. Y a todas nos sorprendió esa declaración de intenciones por no ser habitual en ella. Y ni que decir tiene que sus palabras despertaron un interés desmedido. Así que reinó el silencio y todas las miradas se centraron en ella.
Y ella, esto es, Candelaria, fue al grano: Hace varios días me dejé llevar en volandas a la cama por un amigo que me había presentado mi hermano. Era la primera vez que yo me atrevía a dar ese paso. Y lo que pudo haber sido un momento inolvidable quedó reducido a un mal rato. Resulta que en el momento del orgasmo me desmayé. Experiencia que, según me han dicho, no es desagradable, pero que resultó aterradora para el compañero de cama, por no estar acostumbrado al fenómeno.
¡Albricias! -grité yo-. Mientras Beatriz, que se reía a mandíbula batiente, trataba de explicarme el entusiasmo que había provocado la confesión de su amiga Candelaria.
No me extraña que las mujeres como Candelaria, que las hay, si se lo proponen, puedan imponer su voluntad en esta tierra donde las alegrías del tálamo eran tan bendecidas por el mismísimo Arcipreste de Hita.
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