Mariano Rajoy dimite como presidente del Partido Popular y pone en manos de su sucesor la renovación del partido. El expresidente del Gobierno se ha dado cuenta de que es inútil permanecer toda la vida en el candelero y controlarlo todo. Así que ha dado un paso atrás para que otro tome impulso y saque el partido de la sima en la cual se halla en estos momentos.
Semejante decisión, tras el voto de censura llevado a cabo por el PSOE, es lo mejor que ha podido hacer el hombre que ha venido combinando durante su dilatada carrera política los rasgos del aldeano gallego y del castizo madrileño. Es Rajoy, además, un buen dialéctico, porque tiene manantiales de ironía y recurre al humor con suma facilidad.
No en vano ha sido la tierra gallega donde mayor número de cultivadores del humor han surgido y donde la socarronería se ha hecho proverbial. Julio Camba sigue siendo ejemplo de una tradición enraizada en la sabiduría de los primitivos celtas. Así que los debates en el Congreso de los Diputados serán, a partir de ahora, generadores de bostezos.
Pero la dimisión de Rajoy como consecuencia del descrédito que le ha generado la corrupción -"descrédito que se les supone a los políticos como el valor a los soldados"-, es tan dolorosa para su partido como para él. Y sobre todo es un aviso para todos los que llevan gobernando desde el año de Maricastaña. Menos mal que las mayorías absolutas van desapareciendo y se hacen necesarios los pactos inestables.
Dentro de poco, pues un año no es nada, habrá elecciones en Ceuta. Y no creo que haya candidato capaz de cautivar la voluntad mayoritoria de los ciudadanos en las urnas. Lo cual pondrá a prueba la capacidad de servir a los ceutíes por parte de los políticos que se vean obligados a compartir el poder con formaciones políticas de ideología muy diferente.
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