Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 2 de agosto de 2018

Día nefasto para Ceuta

El 11 de octubre de 1995 fue un día nefasto para Ceuta. Fecha que forma parte de la historia más negra de esta tierra. Sucedió que doscientos inmigrantes ilegales, hacinados en los bajos de Las Murallas Reales, deseosos ya de pasar a la Península, se rebelaron contra los ciudadanos y asimismo contra las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. La batalla campal dejó heridos y hasta pudo costarle la vida al policía Antonio Arrebola, tras recibir un tiro.

Los inmigrantes cortaron la calle y hubo momentos en que peligró la gasolinera situada en la zona por los objetos incendiarios que lanzaban contra todo quisque. La batalla campal duró lo suficiente para dejar heridos y sobre todo para mostrarle al mundo que Ceuta no estaba preparada para soportar tal invasión de bárbaros. Tampoco en la Península el Gobierno presidido por Felipe González acertaba con el diagnóstico.

Una semana antes de producirse los disturbios, Rafael Peña -periodista destacado en Ceuta- me presentó a un inmigrante, residente en los bajos de las murallas reseñadas, con quien había trabado amistad. El cual le facilitaba datos diarios de cómo era la vida de su compañeros asentados en aquel lugar inmundo. El inmigrante le propuso a RP que se adentrara con él en aquel infierno para escribir al respecto. Mi compañero rechazó la invitación. Y yo acepté el envite.

A medida que mi guía me iba conduciendo por los meandros de aquellos sótanos donde la porquería de la ciudad cubría los pies, y en la oscuridad brillaban los ojos negros como el carbón de aquellas criaturas que habían buscado cobijo en semejante lazareto, yo sólo pensaba en la suerte que había tenido de que me nacieran en España. Y, aunque yo no soy de condición cobarde, mentiría si no dijera que sentí un temblor generalizado de jindama. Y, desde luego, la compasión hacía aquellas criaturas fue instántanea.

La ropa con la que accedí a tan endemoniado lugar, nada más llegar a mi casa, la deposité en una bolsa que acabó en un contenedor de basura. Luego, tras ducharme repetidas veces, me dirigí a contarles lo visto a varias autoridades. Y todas me dijeron que no sería para tanto. Incluso me tacharon de exagerado por vaticinar que allí se estaba cociendo un drama que terminaría con una batalla campal en la calle. Y así fue.

¡A propósito! Para llegar hoy al final de lo escrito por Juan Luis Aróstegui acerca de los inmigrantes, bajo el título de El incidente, no he tenido más remedio que recurrir a una voluntad férrea. Es más, acabado semejante sacrificio, me he preguntado: ¿que hizo Juan Luis Aróstegui en los 90 -cuando pasaba por ser tan omnipotente político como sapientísimo concejal- por los inmigrantes? 



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