Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Admiradora ordinaria

Parece mentira que no cesen las críticas a nuestro alcalde. Cuando lleva diecisiete años sacrificando su vida por nosotros. Entregado en cuerpo y alma a una tarea que no deja de ser abrumadora, agotadora, ingrata... De ahí que a veces se resienta su salud. Él, en cambio, hace ya mucho tiempo que viene sobreponiéndose a las adversidades o emprendiendo con fingido buen ánimo una empresa que tiene mucho de desagradable y poco de grata.

Boquiabierto me deja la persona que me habla así de nuestro alcalde. Máxime cuando aprecio en ella un ligero temblor de emoción. Así que me concedo unos segundos de silencio antes de preguntarle por qué me cuenta a mí la devoción que siente por Juan Vivas como político. Cuando lo hago, con tiento, claro es, su contestación es tan rápida como sorprendente: "Tardará mucho tiempo en nacer otro ceutí que sea capaz de regir los destinos de Ceuta como él lo viene haciendo". 

Ni que decir tiene que las palabras de la mujer que ha decidido pararme a fin de poner a Juan Vivas en los cuernos de la luna me dejan turulato. Lo que se dice pasmado. Hasta el punto de no saber si decir amén a todo cuanto la señora me había confesado o bien responderle lo lejos que yo estoy de pensar como ella. Pero logro armarme de valor para expresarme de tal guisa: "En política, señora, lo verdaderamente importante cabe en la punta de una servilleta".

La señora puso una cara que era todo un poema. Y aproveché el momento para tratar de sacarla de sus casillas.

-No olvide usted, señora, lo que decía su admirado Jesús Gil y Gil al respecto: La política es un cobijo de incompetentes. Yo no los tendría ni de botones en mi empresa. (1991) 

La ira de mi interlocutora se dibujó en la comisura de sus labios. El entrecejo se le arrugó como una pasa. Comenzó a emitir sonidos incoherentes. Y, poco a poco, fue bisbiseando maldades atropelladamente. Mientras que yo la seguía mirando sin pestañear. De pronto, tras clavar sus ojos iracundos en mí, decidió acordarse de todos los míos... Pérdida de compostura que yo acepté con la sonrisa adecuada a semejante comportamiento. 

Luego, caminando de regreso a mi casa, dije para mí: Juan Vivas no merece tener admiradoras de índole tan ordinaria. ¡Uf!

    

 

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