Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Memoria de un adolescente

Dos han sido las veces que yo he leído Vivir con Adolescentes. Libro publicado en 1987. Su autor es Martin Herbert. Y creo que merece la pena recomendarlo. Hoy, después de muchos años, he empezado a releerlo con muchísimo interés. Así que por tercera vez me adentraré en esa época tan compleja como emocionante.

Cada vez que he tenido este libro entre mis manos, me ha venido a la memoria un pasaje vivido, recién cumplidos los dieciséis años. Así que ha transcurrido tiempo más que suficiente para relatar lo ocurrido como algo natural en esta vida, que, como bien dicen en mi pueblo, hay que disfrutarla desde la edad del pavo.

Estaba sentada en el patio, muy cerca del limonero en flor, cuando yo llegué a preguntar por Charito, su hija. Doña Rosario parecía estar de muy buen humor. Y me invitó a sentarme frente a ella en el borde del muro que circundaba el árbol. Mirándome fijamente, con sus grandes ojos, abombados y parleros, quiso saber si iba, como cada tarde, a mirarle los bajos a su niña.

Ni que decir tiene que me quedé sin habla... Alelado.

Momento que aprovechó la señora de la casa para disculparse: "No debes hacerme caso... Aunque no me negarás que andas detrás de mi Rosario como perro en celo. Menos mal que ella es mayor que tú y estoy segura de que pronto te va a desengañar...".

-No crea usted, señora, que yo vengo con malas intenciones a esta casa.

-Claro que no, hijo. Pero estás en una edad en la cual se te van los ojos detrás de las niñas. Y eso es bueno... Si bien mi obligación, como madre, es procurar por todos los medios que entre tú y mi hija no tengan cabida las tentaciones.

A medida que transcurría la conversación, los muslos de doña Rosario se dejaban ver porque ella se iba desabotonando la bata con sigilo y suma precisión. Y mis ojos, tan grandes como platos, se tornaban lujuriosos ante el triangulo velludo que exhibía la madre de Charito.

De pronto, como movida por un resorte, la señora de la casa se levantó de la silla de enea, y me dijo que la siguiera. Y allá que me fui detrás de ella, tan nervioso como colmado de ilusiones, hacia el tálamo nupcial.


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