Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 14 de febrero de 2019

Los problemas del café para todos

Embebido en mi lectura a esa hora vaga de mediodía, convertida ya, salvo caso de fuerza mayor, en un ejercicio asumido como imprescindible, me llega nítidamente la voz de un contertulio radiofónico, procedente del aparato residente en la cocina. Quien habla de la necesidad de que España sea convertida en un Estado federal. Y lo primero que pienso es por qué hay que desunir algo que lleva unido desde 1492 y por ello reza como la nación más antigua de Europa. Tampoco comprendo cómo ninguno de los tertulios intervino para responderle que los federalismos se han llevado a cabo cuando sucedía lo contrario: caso de Estados Unidos de América.

Así que decido recordar lo ocurrido un año antes de proclamarse la Segunda República. Azaña se deshace en elogios hacia los catalanes en una reunión entre políticos madrileños y catalanes en la Ciudad Condal. Y hasta les promete, llegado el momento, concederles la autonomía y más aún: se atreve a decirles que tampoco se opondría a dejarle abierta la puerta de salida de España. En el decisivo pacto de San Sebastián firmado el 18 de agosto de 1930 entre republicanos, socialistas y nacionalistas cartalanes se acuerda, junto a la estrategia para poner fin a la Monarquía e instaurar la República, reconocer la autonomía catalana cuando este régimen se implantase.

Azaña fue el más acérrimo defensor del Estatuto de Nuria, el primero en dotar de autonomía a Cataluña, permitiéndole tener un gobierno y un parlamento propios, así como ejercer determinadas competencias. En mala hora tomó tamaña decisión. Puesto que en cuanto la República tuvo los primeros problemas con la revolución de Asturias, Companys lo aprovechó para proclamar el Estado Catalán de la República Federal Española, dejando a don Manuel Azaña  con el trasero al aire.

Ortega y Gasset, en cambio, lo vio muy claro. "Hay que hacerse a la idea de que el problema catalán ha de ser conllevado por los españoles". Conllevar en su verdadera acepción es soportar. Y no erró. Aunque, lógicamente, haya discrepancias al respecto.  Lo peor del asunto es que las nacionalidades siguen siendo origen de muchos líos, que nunca hubieran metido en su Constitución los franceses, que son más listos.

Los problemas ocasionados por mor del llamado café para todos, permitieron a Caro Baroja, cuando le preguntaron acerca del Estado central y también de las autonomías, responder así: "Ahora, además del grande, tenemos el estado mediano y sesenta estados pequeños. Esto se está convirtiendo en un país de cagatintas en el que hay que estar pendiente de lo que se le ocurra al burócrata de turno".

De ahí que Luis Díez Jiménez, autor del diccionario del Español eurogilipuertas, con su humor característico, describiera así al Estado de las autonomías: Desición típicamente celtibérica, consistente en pasar de "España, una grande y libre del franquismo, al país de los cántabros, astures, vascones, várdulos, turdetanos, arévacos, carpetanos. tartesos e ilergetas, como luminosa  solución al problema vasco y catalán". Ni que decir tiene que Luis Díez Jiménez fue un visionario.




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