Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 8 de julio de 2019

Paseo de Camoens y calle Real


Diez de la mañana. La calle de Camoens muestra la animación que es habitual en esos trescientos metros de paseo que le adjudican. Los cuales conozco muy bien. No en vano quien escribe estuvo viviendo mucho tiempo en la calle de Delgado Serrano. Los comercios abundan  y tampoco faltan las terrazas repletas de un público ávido de conversación y de observar el paso de los transeúntes. 

Llego a Camoens procedente de la calle Real. Y lo hago con la satisfacción de haber sido atendido perfectamente en Óptica Zurita. Sí, ya sé que lo he dicho en varias ocasiones, pero no me importa redoblar el tambor. Los profesionales de Zurita llevan muchos años con la lección bien aprendida: es más fácil ser agradable que desagradable. Y a fe que en ese establecimiento cumplen el dicho como mandan los cánones del comercio. 

Mi alegría aumenta viendo a Quico Martell levantar su mano en señal de saludo cuando aún quedan algunos metros para podernos dar el abrazo de la amistad que nos une desde hace treinta y ocho años. Y es que hacía la tira de tiempo que no coincidíamos en ningún sitio. Así que decidimos sentarnos a la mesa de una terraza para charlar de todo un poco. Incluso de un pasado que vivimos juntos en una Ceuta muy diferente a la actual. 

Ni que decir tiene que los recuerdos afloran. Mucho antes de que salgan a relucir los alifafes que están a la orden del día. En un momento determinado de nuestra conversación, le pregunté por La Shica: artista genial. Y cuyo nombre no se le cae de la boca a Quico Martel. Y no dudó en ponerme al tanto de los triunfos internacionales que sigue obteniendo la cantante ceutí. Toda una señora de los escenarios.

Cuando hablo con Quico Martel, siempre me acuerdo de Alberto, su hermano. Quien regía los destinos del restaurante del Club Náutico Cas. Alberto compartía conmigo la sobremesa de cada día por ser yo cliente asiduo del local. Y qué decir de las tardes, de aquellos días de los años ochenta, en las que Quico daba rienda suelta a sus sentimientos..., haciendo sonar el piano que estaba situado en la sala de estar del entonces llamado Hotel La Muralla.
















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