Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 6 de agosto de 2019

La carta de Di María


Leo la carta publicada por Ángel Di María, apodado El Fideo, en la que el jugador del PSG destaca los sacrificios que viene realizando desde que quiso ser futbolista. Renuncias y padecimientos que va enumerando. El gran jugador argentino está en su derecho de contarnos que lleva una existencia muy desdichada. Que lo angustia. Hasta el punto de que siempre está abrumado por las preocupaciones que le genera un deporte del cual la gente no sabe ni papa... 

El fútbol es un deporte duro, muy duro... El cual obliga a llevar una vida acorde con las exigencias que requiere. Pero tales obligaciones están siempre compensadas con creces cuando se logra jugar en la máxima categoría. Que es donde viene actuando desde hace ya muchas temporadas El Flaco. Por lo que el contenido de su carta me parece pueril. Demasiado repulido para ser también sincero. En suma, noto falta de autenticidad.  

El fútbol, afortunadamente, ha evolucionado en todos los aspectos. La mejora ha sido tan evidente como para que jugadores y entrenadores de los años cincuenta, sesenta, setenta, ochenta y parte de los noventa piensen que el fútbol de entonces no ofrecía las posibilidades actuales. Los terrenos de juego eran de tierra y estaban siempre sometidos a las circunstancias meteorológicas y de la manguera. Los utilleros carecían del equipamiento apropiado para cada estación. Y los árbitros, salvo raras excepciones, se arrugaban en cuanto el ambiente se enrarecía. Y qué decir de botas y balones.

Jugar en la máxima categoría del fútbol español era tarea complicada para cualquier joven. Ya que los entrenadores, en los 'felices sesenta', eran conservadores hasta extremos insospechados. Preferían la veteranía por encima de otra cualidad. Lo cual ocurría en casi todas las llamadas categorías nacionales. Jugar al fútbol como profesional, es decir, cobrando, tampoco estaba al alcance de bastantes jóvenes con cualidades suficientes. Pues la mayoría no se atrevía a salir de su región. Ni mucho menos se arriesgaban a perder el empleo que habían logrado mediante insistentes recomendaciones.

Quien escribe vivió muy bien durante varias temporadas en equipos que jamás dejaron de pagar el primero de cada mes. Ganaba dinero suficiente para cubrir todas mis necesidades. Incluso me quedaba pasta para costearme los caprichos prescindibles. Para mí era un placer trabajar en la pretemporada y acudir a las sesiones de entrenamiento de la temporada. Y jugar... Me importaba un bledo y parte del otro hacerlo frente al Calvo Sotelo de Puertollano o ante el Manchego en Ciudad Real, cuando el calor era tórrido. O bien en el barrizal de Zatorre -campo del Burgos- o tiritando de frío en El Calvario de Salamanca.

Y hasta me sentía a gusto jugando una promoción de ascenso en el campo de Ipurua, en verano, en un terreno enlodado, a petición del entonces entrenador de un Eibar que contaba con los servicios de un futbolista genial: Eulogio Gárate. Incluso volvería a navegar rumbo a Melilla en un barco de los años cincuenta que se movía de proa a popa. Y que, cuando llegaba al cabo de Tres Forcas, lo hacía de babor a estribor y te dejaba en ta malas condiciones como para causar dos meses de baja como mínimo.

Luego, siendo entrenador, lo que más deseaba era la llegada de la pretemporada para hacer el trabajo que a mí más me agradaba. Labor que desempeñaba sin la ayuda de nadie. Lo cual nunca fue motivo de queja por mi parte. Pues entonces, pocos eran los técnicos que contaban con ayudantes. No dudé en tomar decisiones arriesgadas. Que no eran bien vistas entonces. Eso sí, en cuanto me di cuenta de que mi entusiasmo por mi trabajo iba decayendo, no dudé en ponerle fecha de caducidad a mi profesión. Pues uno no debe exigir disciplina sin dar ejemplo. Y, llegada la fecha, dije adiós a una tarea a la que le había entregado los mejores años de mi vida.

Di María lleva razón cuando dice que el fútbol exige muchos sacrificios. Pero lo ha dicho como si fuera una penitencia. Y no es verdad. Y menos en su caso... Puesto que sus habilidades con el balón lo han convertido en una figura de fama mundial y en un tipo más rico que Creso. Cuando hay personas que han sido ascendidas muchas veces en su trabajo y todavía siguen siendo peones camineros.


























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