Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

viernes, 15 de enero de 2021

Fructuoso Miaja recuerda los años sesenta y setenta

Cuando decidí publicar en este blog las memorias de Fructuoso Miaja -concejal, senador y alcalde de Ceuta-, procedentes de un libro titulado Un hombre cabal, cuyos ejemplares fueron depositados en el desván de los objetos no apreciados, era consciente de que no sería del agrado de quienes detestan que se hable de aquellos años de la Segunda República y de cómo acabaron las diferencias entre españoles. Máxime si el narrador de los hechos nunca negó haber creído en el anarquismo cuando era veinteañero. Pero no dudé en ir contando los pasajes más relevantes de unos hechos vividos por quien llegó a ser alcalde de Ceuta. Lo cual no es moco de pavo. Así vio nuestro personaje los años sesenta y setenta.

Creo que fue un director de cine quien bautizó los años sesenta como los felices sesenta. Una exageración en toda regla y que no casaba con la vida que realmente existía. Claro que atrás habían quedado los años de restricciones, racionamientos y consumo de malta, sacarina y tabaco de picadura. Pero el milagro de la televisión, de las vacaciones pagadas y del seiscientos, no podían hacernos olvidar la falta de libertades, la mano dura, el ordeno y mando y el Tribunal de Orden Público.

Aunque mi situación, después de lo que había pasado, era para sentirme satisfecho. A mi caso sí podía aplicársele el adjetivo de felicidad. Y es que a mí todo me parecía estupendo. Porque mi juventud había transcurrido en medio de un clima de terror que necesitaba aliviarse con la vida que estaba llevando. Era feliz viendo crecer a mis hijos y observando la dicha de Sara y de mi madre. Mis sufrimientos habían sido tan grandes como para comportarme de manera precavida. A pesar de ello, ya notaba que en mi interior se agitaba la pasión por ayudar a quienes me animaban a defender las ideas socialistas.

Fui feliz trabajando en Pesquera Mediterránea. La vida me parecía hermosa. Disfrutaba diariamente de mis obligaciones y reconozco que me había apuntado al lema de salud, dinero y  amor. Las tres cosas me sucedían a mí y me venían a las mil maravillas para olvidar tantos años de amarguras. Apenas si atendía a las llamadas de quienes me ofrecían volver a participar en motivaciones políticas. Lejos estaba yo de sospechar que con la llegada de los años setenta, una década que se nos hizo muy larga a todos los españoles, se iba a obrar el milagro que yo esperaba con tantas ganas: la implantación de un régimen democrático.

He leído muchas veces que los setenta fueron unos años singulares en todos los aspectos. Para mí, sin duda, además de singulares, fueron unos años de bien. Una época en la que el pueblo español luchó denodadamente porque se terminara la dictadura. Dura tarea donde hubo que acabar con el franquismo, primero, y luego darle vida a una democracia recién nacida. Lo cierto es que en esos años ocurrieron muchas cosas importantes y tan seguidas que apenas nos dieron respiro. La muerte de Carrero Blanco y la de Franco. El Gobierno de Arias Navarro. La proclamación del Rey. Y la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Se redactó la Constitución y yo llevaba ya tiempo figurando en las filas del Partido Socialista.


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