Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 1 de febrero de 2021

Leer para escribir

Francisco Marhuenda dijo hace nada: "No entiendo que alguien no lea, leer es fundamental". Y tardaron nada y menos en zurrarle la badana quienes consideran que leer es propio de una burguesía pasada de moda. El director del periódico La Razón, conocedor de la fobia que le tienen a quienes airean su pasión por la lectura, debió pronunciarse de esta guisa: Para escribir es necesario leer... Al menos para no tener faltas de ortografía. Si bien es cierto que ese desconocimiento de nuestra lengua no causa ya bochorno entre muchísimos jóvenes y menos jóvenes que han crecido sin escribir al dictado de la maestra o maestro de turno. 

Los jóvenes, desde hace ya mucho tiempo, constituyen un sector especial dentro de la sociedad, halagado, solicitado y a veces explotado por la industria, el comercio y la política. Porque, en gran mayoría, han asumido en serio ese papel otorgado y son muchos los que se salen de su clase social para integrarse en el sector de edad, dotado como tal de ideología, costumbres y distintivos propios. Así ocurrió cuando surgió el cheli -jerga- en los madriles de la transición. "Lenguaje que se caracterizó fundamentalmente, y en el sentido literal del término por su impersonalidad".

Impersonalidad que permitió a sus hablantes "recurrir sin preocupación y sin ningún sentimiento de vergüenza o de culpabilidad a términos brutales, carentes de finura, y a adoptar comportamientos acordes con esos términos". Así que no era raro que cualquier fric pudiera decirle a una chorba o chica de su grupo que tenía unas cachas molonas, esto es, unas piernas bonitas, y obrar en consecuencia, si ella se dejaba, picándosela, clavándosela o tabicándosela (El dardo en la palabra).

Fernando Lázaro Carreter, en El dardo y la palabra, dijo en su momento que la diferenciación idiomática basada consciente y provocativamente en ser joven es un hecho bastante nuevo, motivado por los principios educativos que han desplazado, declarándolos bárbaros, los métodos antiguos: aquellos que consideraban al niño como un adulto inmaduro, y la infancia y la adolescencia como simples estados de transición. De modo que no es extraño que Francisco Marhuenda haya sido atacado por algunos de los que aún siguen añorando el 'cheli'. 

Son, en cierta medida, aquellos que echan de menos aquella jerga madrileña que corrió como la pólvora por todas las regiones españolas y que reducían su lenguaje a un vocabulario muy reducido: movida es una 'acción extraordinaria o particularmente intensa'; calandrias, 'pesetas'; tronco significa 'amigo', como colega (pero ésta voz es más propia del hampa); basca, 'peña o grupo de troncos'; paliza, 'pelma'; divertido, audaz; jula o julandrón, 'marica'; ligar, 'conseguir'; amuermarse, 'aburrirse'; carroza, 'miembro del rollo que los troncos consideran ya pasado de edad' y por extensión, 'persona mayor, solemne, que el rollo ni toma en consideración'. Etcétera.

Donde sí rindió frutos el "cheli" es en el ámbito estético, al emplearlo un prosista de excepción: Francisco Umbral (sus émulos no cuentan) De igual modo que utilizaron Quevedo, Barrionuevo, Solís, Mendoza y tantos otros la junciana o germanía: o Valle-Inclán y Arniches, los timos jergales tabernarios, delincuentes o simplemente suburbiales. He leído y oído ataques a Umbral por servirse del "cheli"; también los recibió Valle-Inclán; y Quevedo, que tanto molestaba por esa y por otras razones, contó con un Tribunal de la Justa Venganza... Párrafo de Lázaro Carreter que tomo prestado.

 

 

 

 


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