Adiós, Manolo

Mi primer recuerdo de Manolo García Domínguez -más que primo, hermano- data de finales de los años cuarenta, cuando mis padres viajaron a Córdoba para pasar unos días con la familia de mi madre. Si cierro los ojos soy capaz de evocar a ese niño que aprovechaba cualquier momento para adentrarse en el taller de reparaciones de los camiones de la Campsa para preguntarle a los mecánicos sobre cuestiones relacionadas con las reparaciones. El taller estaba en el barrio de Las Margaritas, frente a la casa donde vivían sus padres: Victoria y Gabriel.

Mi primo era dos años menor que yo. Y sus padres decían que si Manolo no quería ir a la Universidad, llegado su momento, pues tenían posibilidades económicas, debido a que ambos trabajaban de lo lindo, habría de demostrar cualidades más que suficientes para ser un mecánico destacado. Y a fe que logró ser una figura en ese menester. Tal es así que alcanzó fama en una época donde escaseaban especialistas como él. Por lo que fue jefe de la empresa hasta su jubilación. 

Manolo García Domínguez fue un hombre cabal. De los que daban la mano y cumplían a rajatabla sus compromisos. Se desvivía por la familia y adoraba a sus hijas: María Victoria y María del Mar y María de la Salud. Tres señoras que han sido capaces de alegrarle la vida a su padre hasta el fin de sus días. Y que estarán pasando el quirinal en estos momentos tan dolorosos. Anteayer hablé yo con él y me dijo que ya estaba mejor de sus alifafes. Incluso me contó que muy pronto viajaría a Lanzarote para reunirse con una de sus hijas que reside allí. Lugar al cual viajaba con frecuencia. Querido primo, más bien hermano, descansa en paz.