La dureza del fútbol

La dureza del fútbol no se valora en su justa medida. Cualquiera que haya sido profesional del balompié está legitimado para hablar acerca de las secuelas que le han quedado para siempre. Verbigracia: las correspondientes a traumatismos por mor de golpes recibidos o caídas. Tampoco conviene echar en saco roto los balonazos inesperados en cualquier parte del cuerpo. Las inclemencias atmosféricas y el estado nervioso que genera una competición tan expuesta a las críticas más severas. Insisto: todo ello, y muchas más contrariedades, hacen que los futbolistas aprendan a soportar el dolor físico y las adversidades con estoicismo. Las excepciones también imperan. Faltaría más.

El partido España-Georgia -correspondiente a la Clasificación Europea 20024- será siempre recordado por la grave lesión sufrida por Pablo Martín Pérez Gavira; conocido por el sobrenombre de Gavi. Jugador del Barcelona que solo dejaba de llorar para preguntarse: "No puede ser, no puede ser. ¿Por qué a mí...".  Amén de que nos cuentan que sus gritos de lamento se escuchaban más allá del vestuario local del Nuevo Estadio José Zorrilla (Valladolid). 

A mí me recuerda al drama que me tocó vivir con un futbolista entrenado por mí y que pasó por ese trance cuando tenía la edad en la boca y estaba llamado a ser un grande del fútbol. En aquel entonces, conviene decirlo,  las operaciones de esa lesión carecían del éxito necesario para continuar en la brecha como si nada hubiera pasado. Nada que ver con la actualidad. Debido a que los cirujanos llevan ya mucho tiempo operando rodillas de deportistas de élite que vuelven a rendir plenamente. Y así será en el caso que nos ocupa. 

Ahora bien, lo que resulta inexplicable es que la carga de trabajo de los jugadores sea cada vez mayor.  La respuesta a semejante tesitura es la siguiente: "Los futbolistas ganan mucho dinero y no hay más remedio que exigirles acorde con los salarios que perciben. Y aquí no hay más cera que la que arde". Dice el vecino del quinto. Pues eso...