Ambos fueron nacidos en El Puerto de Santa María. Tierra en la que yo también vine al mundo. Y tuve la suerte de crecer con ellos y mantener desde la niñez una amistad que jamás tuvo visos de quebrarse en ningún momento. A pesar de que compartimos vivencias que podrían haber propiciado desencuentros. Luis y Paco amaron el fútbol desde que vestían pantalones cortos. El primero destacó como jugador profesional y el segundo fue presidente del Racing Club Portuense. Y nunca me he cansado de airear lo mucho que me ayudaron durante mis principios como entrenador.
Ferrer Palacios recurrió a mí para dirigir al equipo de nuestro pueblo cuando la década de los setenta estaba dando las boqueadas y principiaban los años ochenta. Y estuvimos a punto de lograr el ascenso a Segunda División A con una plantilla muy joven y bien asesorada por varios veteranos. En aquellos entonces el Estadio José del Cuvillo se llenaba hasta la bandera. Y los establecimientos de los alrededores se atestaban de clientes ávidos de disfrutar del ambiente que generaba su equipo.
Los portuenses iban a disfrutar del orden que imponía Joaquín Acedo en el centro del campo. Zona de vital importancia. Teniendo a sus costados nada más y nada menos que a Solano y Reales. Dado que el sevillano y el roteño se entendían con la mirada. Y, por si fuera poco, Manolo Benítez jugaba como si estuviera en el patio de su casa. Y qué decir de Ángel: cuya forma de desenvolverse en el área llamó la atención de los seleccionadores nacionales de la época. Y, por si fuera poco, tuve la suerte de contar con Manolo Ojeda -colosal guardameta- y con Babi y Mario; dos centrales que se entendían de maravilla e imponían su ley defensivamente.
No, no me he olvidado de Diego Quintero ni de Julio Puig; laterales que defendían y atacaban con una solvencia digna de encomio. Ni tampoco de la velocidad y conocimiento del juego de Pepe Calzado como extremo ambidiestro. Y mucho menos de Rios; lateral que jugaba a un ritmo extraordinario. Espero no haberme dejado ningún nombre en el tintero. De ser así, confieso que no ha sido adrede.
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